Opinión

Sonriendo al enemigo

Por Maggy Talavera (*)

“Es una guerra -insiste metiendo el bigote en la espuma de la cerveza-. Y la estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo.” Leo la frase que rescato de uno de tantos artículos de Arturo Pérez-Reverte y no puedo sino pensar en el viejo refrán que reza “el que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Cómo no, después de leer íntegramente su artículo “Es la guerra santa, idiotas”, publicado por el diario español ABC hace nada menos que nueve años.

Cualquiera que lea ese artículo, sin notar la fecha, puede creer que es actual. El periodista y escritor español refiere en el mismo un diálogo sostenido con un viejo amigo militar, en el que éste advierte que lo que estaba ocurriendo en Oriente Medio era ya el preámbulo de la tercera guerra mundial. Una “guerra santa” marcada por “costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia” ya vistos “desde los tiempos de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas.” Otra vez, la historia repitiéndose.

Como se repitió en Irán, recuerda Pérez-Reverte, “donde los incautos de allí y los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del libertador Jomeini y sus ayatollás. Como se repitió en el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final -sorpresa para los idiotas profesionales- resultaron ser preludios de muy negros inviernos.” Y sigue citando hechos dolorosos que nos devuelven al refrán atribuido tanto a un poeta estadounidense, como a un periodista y estadista argentino.

La autoría del refrán no es lo central en este caso. Lo que importa es lo que entraña, una verdad irrefutable que no termina de hacer carne en la humanidad, pese a tantas malas experiencias ya padecidas y las que seguimos padeciendo por persistir en la ignorancia de nuestra historia. Lo estamos viendo otra vez en lo que ha dejado de ser tierra santa, para convertirse en un verdadero infierno. Nada nuevo bajo el sol, seguro dirían hoy Pérez-Reverte y su amigo militar, frente al nuevo estallido de violencia en Israel y Palestina.

Releo una vez más el artículo y no puedo dejar de hacer un parangón con lo ocurrido y lo que sigue ocurriendo en Bolivia, guardando las distancias, por supuesto, bien puede calcar lo dicho hace casi una década por Pérez-Reverte sobre el conflicto Israel-Hamas, en lo que estamos viviendo los bolivianos desde hace al menos diecisiete años. Una guerra, no igual a las que enfrentan Israel-Hamas o Ucrania-Rusia, pero guerra al fin entre tantos frentes como diversidad geográfica y cultural existen en Bolivia.

Una guerra entre los que defienden un proyecto de poder autoritario y los que se dicen defensores de las libertades democráticas y que, por ahora, parece que están ganando los primeros. Remarco lo de “se dicen defensores” de un proyecto contrario al del MAS, por una sencilla razón: los actos de una buena parte de los llamados opositores no van a tono con lo que pregonan. O son ignorantes de la historia y están repitiéndola sin pausa, o son cómplices camuflados de los primeros.

No se puede pensar distinto si consideramos que, como ocurrió hace años en Irán, en Bolivia muchos aplaudieron la caída de los llamados políticos tradicionales y la llegada del “libertador” Evo Morales y sus aliados, bautizados como interculturales o movimientos sociales. Parangonando con lo dicho por Pérez-Reverte sobre el babeo indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, acá el babeo fue ante el discurso del “proceso de cambio” o la propaganda del “indio presidente”, muy difundida aquí y fuera del país.

Sigo preguntándome cómo fue posible ese babeo indiscriminado ante la propaganda que encumbró a Evo, ignorando u olvidando sus antecedentes como líder de los productores de hoja de coca del Chapare, ya señalado entonces como proveedor de materia prima al narcotráfico. Unos antecedentes marcados por un liderazgo autoritario y violento al que se atribuye, entre otros casos, la tortura y muerte de los esposos David Andrade, teniente de Policía (26), y Graciela Alfaro (19), y de los sargentos Gabriel Chambi y Silvano Arroyo.

Lo más preocupante ahora es que después de casi dos décadas, la mayoría de las elites y actores políticos parece no haber aprendido nada de la historia reciente o, en su defecto, haber nacido en 2023. Unos siguen sonriendo al enemigo; otros le hacen algunas muecas, pero concentran su artillería en pugnas internas, entre iguales. Los primeros creen en la salvación individual y en el resguardo de sus bolsillos; los otros disputan pequeños feudos y dejan al descubierto que poco les importa salvar al pueblo y a la democracia.

Cierro citando una vez más a Pérez-Reverte. “Creer que todo se soluciona negociando o mirando a otra parte, es mucho más que una inmensa gilipollez. Es un suicidio. Vean Internet, insisto, y díganme qué diablos vamos a negociar. Y con quién. Es una guerra y no queda otra que afrontarla”. Y más: “es contradictorio, peligroso, imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros”. A buen entendedor, pocas palabras.

(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 22 de octubre de 2023