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Samaipata celebró su primer Festival de la Vendimia y fue una fiesta

Por Roberto Dotti

Cuentan que los seres humanos hacemos vino desde hace 8.000 años. En el Valle de Samaipata la producción de este elixir comenzó alrededor de 1583, sin embargo, desde hace dos décadas el crecimiento de la actividad y la aceptación internacional de sus productos crece sin parar, por su personalidad y características propias.

Este sábado 16 de diciembre, productores de uva y bodegas unieron esfuerzos para organizar, de la mano de la Asociación Vitivinícola de Samaipata (AVISA), el primer Festival de la Vendimia.

Con el apoyo de la Alcaldía de Samaipata, la Gobernación de Santa Cruz y el sector gastronómico de la localidad se llevaron a cabo dos jornadas para el disfrute. En la plaza principal se exhibieron productos y se escuchó música tradicional.

Recorrimos tres bodegas para el deleite de nuestros paladares y conocimientos. Landsu’a fue la primera bodega visitada. Su nombre proviene de la conjugación de los apellidos Landívar y Suárez. Un paraíso terrenal con un viñedo que derrocha aromas y colores que jamás el dios Baco pudo imaginar que se darían en tierras bolivianas.

Las 100.000 botellas que producen anualmente se distribuyen en diferentes cepas. En el sitio ubicado a 2.430 metros crecen Pinot noir, Savignon blanc, entre otras cepas de clima frío. En esta bodega, que inició actividades comerciales en 2017, producen Sirah, Tannat, Cabernet Savignon, Pedro Giménez, La Cariñera, entre otras variedades de uva.

Cuenta su propietario, Carlos Landívar, que en 2009 decidieron hacer un viñedo. En 2011 implantaron diferentes tipos de uvas (12 variedades). “Nos beneficia este sitio por la radiación solar que recibe la fruta, dándole una alta concentración de tanino a la planta e ingredientes básicos para elaborar vinos de altura”, dice.

Entre sus estrategias buscan que cada cepa y cada vino tengan un carácter propio. “Nuestros vinos han sido reconocidos en Italia, Francia, España y en Bolivia”, dice Landívar a tiempo de aclarar que estos reconocimientos “hablan muy bien de toda la zona y de la enorme proyección que tienen los Valles Cruceños con características únicas”.

Como estrategia confiesa que han dividido por líneas la producción de vinos, donde destacan los varietales (Parras del fuerte), Castilla por ejemplo, que son vinos de corte de dos o más variedades y que forman los vinos Blend o bivarietales o trivarietales.

“Actualmente tenemos una línea que es El Abra del Toro que ha llevado 24 meses en barricas de roble francés y americano y 12 meses de crianza adicional en botella (un vino de 36 meses) y es la máxima expresión de vinos de calidad en nuestra bodega”, remarca orgulloso. Landívar adelanta que lanzarán vinos espumantes y una selección especial de vinos con características particulares.

El avance en la industria vitivinícola de los Valles cruceños es desbordante. Las condiciones climáticas, la altura y la calidad de la tierra hacen propicia esta actividad haciendo que la región se considere como una de las más preciadas del país.

Más tarde nos trasladamos a la segunda más grande bodega: Uvairenda.
Un emprendimiento realizado por bolivianos (no samaipateños) que estudiaron durante 5 años diferentes opciones de tierras en todo el país, luego se trasladaron a Samaipata y tras 2 años de búsqueda eligieron la ubicación actual. Con una imponente vista al Parque Amboró sus tierras producen los vinos 1750 que generan unas 45.000 botellas anuales.

Este emprendimiento compuesto por cinco socios y amantes de esta bebida saludable han logrado certificar su producción sustentable con variedades como el Syrah, Cabernet Sauvignon y Tannat, por destacar algunas.

“Somos la bodega con la certificación más alta de sustentabilidad; cosechamos agua de lluvia, nuestra producción es a secano”, relata Francisco Roig Justiniano, uno de los propietarios.

La agricultura de secano es la que el hombre solo utiliza agua en caso de extrema necesidad, en este caso implementada por goteo, también empleada para empujar los primeros brotes.

La arquitectura de las bodegas samaipateñas utiliza elementos tradicionales típicos como las paredes blancas, las piedras lajas típicas, los horcones de tajibos y las tejas coloniales.

“El único vino nacional con estrella Michelline es samaipateño, un vino 1750 está en por lo menos 5 restaurantes con esta estrella en Europa y en Estados Unidos. Por su parte, los vinos de Landsu’a han ganado varios premios, pero no estamos en una labor de mercadeo porque se venden bien y rápido”, dice Francisco Roig, presidente de AVISA.

Entre el amor, la ciencia y el trabajo confabulan estos emprendimientos saludables que enorgullecen a la región y al país.

Santa Cruz es el segundo departamento productor de vinos de Bolivia. Según la ANIV (Asociación Nacional de Industriales Vitivinícolas) existen 800 hectáreas de viñedos en el departamento cruceño concentrados en Samaipata, Saipina, Pampa Grande, Moro Moro, Comarapa y Vallegrande.

Los vinos se consumen en todo el territorio nacional y se exportan bajo la aceptación y garantía de importantes premios internacionales.
De acuerdo a las proyecciones los expertos estiman que la producción de vinos en los Valles Cruceños ronda las 200.000 botellas y puede triplicarse en 5 años.

La tercera bodega visitada es familiar y más pequeña, con una historia imperdible. Se trata de los vinos Mileta que son producidos en un terreno de 5 hectáreas con uvas de diferentes cepas.

“Mi esposo siguió los pasos de mi suegro (Serecko Mileta) que fue el primero en producir los vinos Mileta. Comenzaron a vender vinos a las iglesias, fundamentalmente a la catedral de Santa Cruz de la Sierra y luego a otras ciudades como La Paz y Cochabamba”, dice Mary Montenegro de Mileta y sus ojos se posan en un pasado de trabajo, esfuerzo y prosperidad.

En 1928 Mileta comenzó esta aventura que hoy se revaloriza después de tanta dedicación. Llegó de Croacia, antigua Yugoslavia. Primero aterrizó en Chile, luego se dirigió a Oruro, pasó por Cochabamba y Santa Cruz, pero las altas temperaturas lo motivaban a seguir buscando su lugar en el mundo.

Cuenta la leyenda que la similitud a su pueblo natal fue desencadenante para quedarse en Samaipata. Una de sus labores era construir puentes de piedra, por ese motivo llega a esta zona y realiza, entre otros, Fuerte viejo, actualmente en actividad. Forma una familia y se afinca en estos lares.

Hace traer desde Italia la cepa Moscatel de Alejandría y reinicia una labor que profesaban sus ancestros. Esta cepa criolla produce el mejor vino tinto de la región, dicen los expertos.

La bodega Mileta produce vinos de mesa y por supuesto, vinos de calidad artesanal, si bien no exporta se mantiene presente en casi toda Bolivia. La capacidad productiva es hasta 2.000 botellas anuales. El 80% de la producción la comercializan para uva de mesa.

“Desde hace varias décadas producen licores y macerados con el bagazo de la uva, con cupesí, mora, ciruelo, frutilla, mandarina, entre otros”, remarca Pilar Mileta.

El vino blanco es dulce, tiene la característica cítrica con un sabor a manzana y el tinto es un oporto, muy característico de la región, según los propietarios.

“Los señores Pastor y Gerónimo son artífices de estas siembra y cosecha, así como del cuidado, la poda, el amarre, la prevención de plagas, etc.”, destaca Aida Mileta.

AVISA nuclea a los productores de vinos, uva de mesa y singani. Toda la producción se comercializa en Santa Cruz y Cochabamba y generalmente se vende como “uva argentina”.

Las bodegas son pequeñas, pero con un producto de alta calidad. Es una región que exporta entre el 20 y 25% de su producción.

Los viñedos de esta zona se encuentran entre los 1.600 y 2.600 metros de altura y todas las tierras en pendiente para que las heladas de primavera bajen y no alcancen a quemar la fruta, a su vez estas condiciones demandan mayor trabajo para la cosecha, pero también un sabor especial.

La mayoría cuenta con un riego a goteo, cuando es necesario, porque la abundancia de lluvia o agua es uno de sus peores enemigos.

Otra de las curiosidades de la tierra apodada como la “sucursal del cielo” es que en la cabecera de cada fila de parrales se yergue una planta de rosas que, en caso de haber alguna plaga, es la primera en ser atacada y así anuncian lo que vendrá. Estas bellas guardianas cumplen así un propósito estoico.

Otro secreto a voces entre productores señala que una familia con una hectárea sale de la pobreza.

Para finalizar, el humor no podía dejar de convidar una sonrisa que marida con el turista, el dicho reza: “Si vino a Samaipata y no tomó vino, ¿a qué vino?”