Opinión

La magia de Santa Ana de Velasco

Por Maggy Talavera (*)

Todo comenzó hace casi trescientos años. Dos partecitas del mundo se encontraron en un
lugar que, hasta hoy, es un pedazo del paraíso en la tierra. A diferencia de lo ocurrido en
otros lugares, donde no hubo encuentro sino más bien desencuentros violentos, en este
rincón clavado en lo que hoy conocemos como Chiquitania sucedió algo extraordinario. La
magia que marcó la diferencia tomó forma de música. Y esa música sigue vive hasta hoy.

Los pueblos misionales chiquitanos son la mejor prueba de esa magia viva. Ubicados en el
departamento de Santa Cruz, destacan por ser los únicos pueblos que conservan vivo uno
de los patrimonios culturales más preciados de la humanidad: el legado construido por los
jesuitas y los indios a fines del siglo XVIII, en el que destaca la música y arte expresado en
la majestuosidad de las iglesias, aun de pie gracias al amor y cuidado de los chiquitanos.

Un amor y cuidado al que se sumaron luego otros vitales para que seis de esos 11 pueblos
misionales fueran declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Cada
uno con un encanto propio: Santa Ana, San Miguel y San Rafael en la provincia Velasco;
San José en Chiquitos; Concepción y San Javier en Ñuflo de Chávez. Encanto que también
conservan San Juan Bautista, Santo Corazón, Santiago de Chiquito y San Ignacio, más allá
de no estar incluidos en esa declaratoria.


Cada uno con su encanto, sí, pero entre los cuales hay un pueblo muy especial: Santa Ana
de Velasco. Distante a 505 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, con una población de no
más de mil habitantes, Santa Ana posee algo que la distingue de sus pueblos hermanos.
No sé precisar con palabras. Hablo ahora en primera persona, porque es una vivencia
muy personal, aunque compruebo cada vez más que es un sentimiento compartido.

No es solo la belleza única de su Iglesia, que conserva casi intactos los detalles de la obra
levantada por los jesuitas y chiquitanos desde 1755. Es también (o sobre todo) el encanto
de su gente. Su mayor tesoro. Cada vez que regreso a Santa Ana me enamoro más de los
aneños, de la alegría que comparten con los suyos y con todos los que los visitan. Regalan
paz, ganas de vivir y de compartir. Compartir todo.

Esta vez no ha sido distinto. Bastó que pise su tierra casi rojiza, que me cruce en la plaza
con sus niños y jóvenes yendo alegres a la Escuela de Música, con sus violines a cuesta, o
con pelota en mano corriendo a la cancha a jugar futbol, para contagiarme de la felicidad
que da el sentirse libre. Luego llegar a la gloria, gracias al reencuentro con los maestros e
integrantes de sus tres orquestas que nos reciben con música y nos regalan paz.
Entre una y otra emoción, muchas más compartidas en menos de 48 horas con el equipo
de FLADES, que hizo posible este reencuentro, y con una delegación especial invitada por
la Fundación y en la que destacó la presencia del artista Milton Cortez, otro enamorado
de Santa Ana. Emociones entremezcladas entre risas y lágrimas. No pocas, hay que decir;
ni unas ni otras. Santa Ana tiene mucho para dar, sí, pero merece ser mejor retribuida.

Esta vez, mi reencuentro con Santa Ana también es particularmente especial porque me
ha dado nuevas lecciones. O mejor dicho, me ha recordado viejas lecciones. Una de ellas,
que lo esencial sí es visible a los ojos; solo nos falta mirar hacia la dirección correcta y ver
mejor. Y la otra: que el corazón también puede ver, si somos capaces de escuchar y sentir.

En el caso de Santa Ana, escucharla y sentirla desde la música que lo invade todo.
Regresaré a la ciudad de los anillos contagiada de la magia de Santa Ana de Velasco. Esta
vez, con una carga más poderosa que me compromete también más que nunca con este
legado excepcional dejado por los jesuitas y los primeros chiquitanos hace casi trescientos
años, pero sobre todo con cada uno de los aneños. Un compromiso que incluye entre las
tareas importantes ser una voz más activa en la difusión de un patrimonio que merece ser
más conocido y valorado. ¡Gracias Santa Ana, por tanto!

(*) Publicado en EL Deber y Los Tiempos, domingo 19 de mayo de 2024