Sin habernos librado de una, luego nos cayó la otra, sin darnos margen a reponernos de la primera y menos aún a prepararnos para la segunda. Hablo de la fatiga electorera que nos dejó el frustrado proceso electoral de octubre de 2019, aumentado con creces en las elecciones generales de octubre pasado y que, dada la coyuntura marcada por los nuevos comicios a celebrarse el próximo 7 de marzo, solo tiende a seguir creciendo. Y también, de la fatiga cada vez mayor que nos está provocando la pandemia del Covid-19. Un dos en uno que es una grave amenaza a la salud pública y a la de la democracia boliviana.
Una realidad que preocupa más aun al evidenciar que no se vislumbra en lo inmediato algún plan de emergencia para tratar de contrarrestar a las dos, o al menos a una de ellas. Por el contrario: todo lo visto hasta hoy son acciones que alimentan esas fatigas. Salvo una que otra excepcional medida tomada por las autoridades y funcionarios públicos para enfrentar y frenar la pandemia del Covid-19, la mayoría de esas acciones han contribuido a lo que la OMS definió a finales del año pasado como fatiga pandémica: el cansancio y la desmotivación vista en la población, luego de meses de encierro obligado, aislamiento y cambio de hábitos, sin que nada de todo eso y mucho más haya bastado para desterrar el miedo a enfermar o a perder a los seres queridos.
De hecho, muchos hemos enfermado y tantos otros han tenido que llorar la muerte de familiares y amigos. Esto a modo de un forzoso resumen de las emociones y sentimientos negativos acumulados hasta hoy y que, vale advertir, están lejos de ser desterrados. Ya se sabe que el nuevo coronavirus ha llegado para quedarse, que está mutando, que seguirá dándonos dolores de cabeza al menos hasta el próximo año. Lo que no sabemos es qué hacer para evitar la fatiga pandémica, peligroso cansancio, porque nos desmotiva a seguir cumpliendo las restricciones y normas de bioseguridad obligadas para frenar el contagio. Peor aún: estamos expuestos a peligros mayores, dadas las incoherencias (que en muchos casos tipifican delitos de salud pública) de las autoridades públicas de turno.
Ejemplos sobran en los diferentes niveles de gobierno, aunque hay unos más burdos que otros y que quedan en evidencia en las declaraciones oficiales de mandatarios y ministros o de gobernadores y alcaldes municipales. Ahora mismo hay una situación absurda, que alimenta la fatiga pandémica, provocada por la imposición desde el gobierno central de una nueva Ley de Emergencia Sanitaria, sin consenso con los otros niveles de gobierno, el sector salud que está en primera línea de combate al virus y ni siquiera con las bancadas políticas representadas en la Asamblea Legislativa. Ya hay declaratoria de huelga médica, ya hay malestar en algunos gobiernos departamentales y locales.
En la capital cruceña ya se había registrado días antes un absurdo parecido: el gobierno local decidió ampliar los horarios de circulación, en contra ruta de la demanda del sector salud que pide nueva cuarentena rígida, e incluso de los datos oficiales del Sedes que dan cuenta de un aumento de casos positivos y mayor transmisibilidad del virus. Todo ello, lejos de aliviarnos la fatiga pandémica, solo la alimenta.
Algo similar es lo que estamos viviendo en el plano político. ¿O ustedes no perciben que hay una fatiga electoralera, también peligrosa, porque desmotiva a la gente a acercarse y a creer en los actores políticos que hoy disputan nuevamente nuestros votos? Al igual que en la pandémica, esta fatiga electoral es resultado del abuso de promesas que luego no se cumplen, del cinismo e impostura sin disfraz, de la sistemática violación de normas y leyes que rigen la disputa electoral, no solo por parte de los candidatos y “campañeros”, sino también por parte de las mismísimas autoridades electorales. Con alguna excepción, cierto. Pero esta excepción debería ser la regla, y no lo inverso. Qué fatiga, oiga.
Estamos frente a un panorama muy complicado hoy en Bolivia, porque se han acumulado estas dos fatigas: la pandémica y la electoralera. Otra vez, cabrá a la sociedad civil tomar las riendas de su propio destino, tomando en primer lugar consciencia del rol que le toca asumir para garantizar su salud e integridad física, así como para asegurar la vigencia de sus derechos civiles. En el primer caso, apostando ante todo al autocuidado; y en el otro, decidiendo su voto desde la razón y la coherencia con lo que dice defender. Difícil, tal vez, porque para ello hay que luchar contra ambas fatigas. Pero no imposible. El primer paso es la decisión de hacerlo. El segundo, ponerle freno a los fatigadores.