Hace dos semanas, en este mismo espacio privilegiado que me concede EL DEBER, cerré mi artículo diciendo que la falta de humanidad mata más que un coronavirus. Solo habían tres casos confirmados en Bolivia, dos en Santa Cruz y uno en Oruro, pero bastaron para encender la alerta de una amenaza mayor que la provocada por el nuevo virus: la falta de humanidad, vista entonces en grupos de vecinos incendiarios que obligaron el traslado de la primera paciente afectada por el Covid-19 en Santa Cruz. Las amenazas de quemar su vivienda y hasta el centro de salud en el que había sido internada se replicaron luego a lo largo de su recorrido hasta la capital cruceña, donde se multiplicaron los deshumanos: al menos siete hospitales le cerraron sus puertas, apoyados por no pocos vecinos.
El drama se repetiría semanas más tarde, pero frente a la primera víctima fatal del Covid-19 también en la capital cruceña. Su cadáver estuvo expuesto doce horas en la morgue de un hospital municipal, sin que ningún funcionario quisiera hacerse cargo del mismo. Y eso no fue todo: los deudos peregrinaron con el ataúd varias horas, buscando dónde enterrar a su muerto, chocando con bloqueos de vecinos y cementerios cerrados, hasta que una funeraria ofreció la cremación. Una falta de humanidad vista también en un drama más reciente, denunciado hace un par de días en La Paz: la negativa de al menos una clínica privada paceña y de varios profesionales intensivistas a prestar los cuidados urgentes que demandaba un empresario paceño afectado por el Covid-19, y que acabó muriendo.
Detrás de cada uno de esos dramas, no solo falta de humanidad, sino también evidentes fallas por carencia de sentido común, de coordinación y de responsabilidad en diferentes niveles gubernamentales. En algunos casos, por falta de autoridad, como la percibida en el ejemplo de la paciente de Buen Retiro. En otros, falta de previsión y coordinación, que fue lo que se vio en la morgue del hospital municipal designado centro de referencia para los casos de coronavirus; o improvisación y ausencia de autoridad pública, tal como dejó en evidencia el terrible caso denunciado en la sede de gobierno. Pero todos ellos, al final, simple reflejo de la cultura y de la débil conciencia colectiva vista aun en gran parte de nuestra población. Dos graves problemas expuestos hoy más que nunca, gracias al virus.
Dos problemas que debemos encarar y comenzar a resolver con urgencia, no solo con el afán de frenar y controlar la expansión del coronavirus. Esta emergencia sanitaria debe ayudarnos a enfrentar uno de los peores males que arrastramos desde hace décadas, y que nos impide salir del subdesarrollo y de la informalidad: la falta de inteligencia, y no hablo apenas de la emocional. Hablo de la inteligencia tal como la define la RAE, una facultad privilegiada de la mente que nos permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones (acertadas, por supuesto) y formarnos una idea determinada de la realidad. En este caso, ¿cómo es posible no percibir que la histeria e irracional reacción de unos miles de vecinos solo agrava la emergencia sanitaria y aumenta la amenaza del coronavirus?.
No digo que no haya motivos para preocuparse. Por supuesto que hay, hay razones para ello. Pero no tanto como para querer quemar vivos a quienes están con el virus o en observación por posible contagio del Covid-19. Señalarnos como amenazas y someterlos al acoso histérico y mediático solo provoca una espiral de miedos que llevará a muchos a callar y ocultar síntomas, a evitar que sean detectados a tiempo para tratarlos y evitar los contagios que, de no frenarse, llegarán inevitablemente hasta nuestros familiares, hasta a nosotros mismos. Y entonces nosotros seremos los señalados, los parias, los blancos de la hoguera irracional. Repito a Camus en La Peste: las peores epidemias no son biológicas, sino morales. Y una peste moral es la falta de humanidad, la falta de inteligencia.
Hago mía la exhortación de un médico argentino: seamos humanos, demos buen trato al prójimo, hagamos que nuestros barrios se vuelvan verdaderos centros de contención, apoyemos a quienes deben cumplir cuarentena, como la mejor forma de prevención; propongamos una mejor convivencia en estos tiempos de pandemia. Esto es ser humanos e inteligentes. Dos cualidades a ser cultivadas como imprescindibles, con o sin epidemias.