Por Maggy Talavera (*)
Hace exactamente un año, en este mismo y privilegiado espacio, animaba a todos, incluso a mí misma, a despedir 2020 sin revanchas. Un año marcado ya con mucho dolor y confusión por la pandemia del COVID-19, a nivel global, pero también, en lo nacional, por las heridas abiertas por los desaciertos y abusos cometidos desde las cúpulas del poder político. Dije entonces: “Quiero despedir 2020 con un abrazo -tan escaso hoy- y sin ningún sentimiento de revancha. Lo haré trayendo, también con amor, el rostro y el nombre de cada una de las personas que perdimos este año.” Qué iba a imaginar yo que mi 2021 comenzaría añadiendo a esa lista de rostros perdidos por el COVID-19 nada menos que a mis padres, a los dos, y que la escasez de abrazos se prolongaría a lo largo de todo el año. Con una yapa: la escasez se profundiza justo en la despedida de 2021 y marca, además, el inicio del nuevo 2022.
No solo se profundizan la escasez de abrazos, de contacto físico, de encuentros masivos y libres, debido a un señor invisible llamado COVID-19 que insiste en reinventarse y propagarse masivamente y que, por lo visto ahora, continuará dándonos trabajo a lo largo del nuevo año. También se profundizan las heridas ya abiertas por muchos actores de la política nacional en 2020 y las nuevas infringidas en este 2021 por esos actores, en especial por la cúpula del partido que gobierna Bolivia y cuya acción está marcada por una saña que espanta. Una acción y una saña que llevan a equiparlos a otro virus maligno, aunque en este caso muy visibles y actuando con premeditación y alevosía. En ambos casos, sea en el del virus que provoca esta larga pandemia sanitaria o el del otro virus que alimenta el riesgo de la explosión de una pandemia política, los estragos se producen no solo por las potencialidades propias de esos virus, sino también por la incapacidad de la sociedad en combatirlo.
En el caso de la pandemia por el COVID-19 queda claro, hoy más que nunca, que hay una corresponsabilidad ciudadana en la explosión de una segunda, tercera, cuarta… y más olas de contagios. Una corresponsabilidad compartida entre las autoridades llamadas a combatir la pandemia a través de políticas públicas claras, efectivas y justas, y los ciudadanos en general, obligados a acatar medidas de bioseguridad que garanticen la protección personal y la de sus allegados. Unos y otros incumplen esas tareas y obligaciones. Unos más que otros, varios por negligencia, pero muchos más por ignorancia o, simplemente, egoísmo. En egoísmo incluyo a quienes miden sus acciones, personales o públicas, en función a intereses económicos o políticos, antes que al interés del bien común, del que es parte la salud pública. Lo estamos viendo hoy en Bolivia, en todo el país.
En el otro caso, el del virus de la mala práctica política partidaria, sucede algo similar. Hay una corresponsabilidad entre los actores directos de la acción política partidaria y la ciudadanía en general. Los primeros llevan la batuta, es cierto, porque están en el campo de acción de manera permanente. Tienen la ventaja, sobre todos los que están en ejercicio de función pública o de representación popular, de disponer de recursos públicos para financiar sus malas prácticas. En el caso de la cúpula del poder central, con una yapa que multiplica el daño que provoca: controla y usa a su favor todos los otros poderes del Estado, entre ellos nada menos que el Judicial. Pero acá entra la corresponsabilidad de los otros actores políticos y de la sociedad civil en su conjunto: han sido y siguen siendo incapaces de una alianza seria, verdadera, honesta y efectiva para combatir a ese virus llamado abuso de poder. Algo muy preocupante a estas alturas del partido, cuando ya no hay dudas del origen y de cómo se comporta este virus, al que no es necesario someter a ningún laboratorio sofisticado para conocerlo bien.
Por eso decía yo al cerrar 2020 que no era justo hacerlo echándole la culpa de todos los males al año que se iba, ni tampoco entrar al nuevo año 2021 con sed de venganza o afán de revancha. Lamentablemente, por lo visto ahora, ya en un nuevo cierre de año y vísperas de iniciar el recorrido por el nuevo 2022, no hemos sido capaces de aprender las lecciones dejadas en los dos últimos años. Aun así, insistiré en alentar a todos a despedir este 2021 también sin sed de venganza ni ganas de revancha en el inicio de 2022. Insisto en renovar las esperanzas en días mejores, en pedir con mucha fe que la luz sea más poderosa que la oscuridad, que el sentido común no nos abandone y nunca se agote esa maravillosa fuente de amor, solidaridad y compasión de la que, ojalá, todos podamos seguir bebiendo a lo largo de este nuevo año. Que nuestra buena voluntad sea más poderosa que los malos augurios.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 02 de enero de 2022