Por Maggy Talavera (*)
Optimistas a prueba de balas. Así parece que es la mayoría de los bolivianos, aunque para afirmarlo categóricamente habría que hacer antes una gran encuesta nacional. A falta de ésa, voy a echar mano de lo visto y escuchado en el foro económico de Cainco, realizado el jueves pasado bajo el lema “Familias creando futuro”. Solo fueron 17 voces las que resonaron en el concurrido salón Chiquitano de Expocruz, pero bastaron para percibir un sentimiento o fuerza común: todas, cada una a su manera, coincidieron en afirmar que, a pesar del rosario de problemas y adversidades vividas a lo largo de cada una de las experiencias empresariales compartidas, tienen muchos más motivos para ser optimistas, que pesimistas.
Es importante aclarar de entrada que no se trata de experiencias compartidas solo por grandes empresas familiares -todas ellas surgidas de pequeñas y osadas iniciativas de uno o más miembros de la familia-, sino también por pequeños y medianos negocios a cargo de jóvenes emprendedores que están, incluso, reinventando e innovando formas de hacer empresa. Entre unos y otros hay en común no apenas esa fuerza optimista ya destacada antes. También comparten una visión de futuro que pone como prioridad al país y a su gente, en la que además destaca la eliminación de barreras, entre otras la generacional. Fue muy enrriquecedor ver en un mismo escenario a empresarios que ya pasaron la barrera de las seis décadas, junto a emprendedoras veinteañeras.
Más enrriquecedor aun, e incluso emotivo, fue escuchar a unos y otras contar detalles de las experiencias vividas en el afán de hacer empresa en un país marcado por trabas burocráticas, conflictos sociales y políticos, a los que se suman factores externos como el de la pandemia del COVID-19 o el impacto de la crisis de Europa del Este, por citar algunos de los más recientes. La determinación de seguir adelante, de no claudicar, de ver en la adversidad una oportunidad para despertar nuevas capacidades, antes que el fin de sus sueños, e incluso de recomenzar de cero o de luchar contra la corriente, son rasgos que se suman a esa lista de puntos en común, encabezada por el optimismo.
Confieso que viví esas seis horas que duró el foro como una verdadera terapia, íntima, pero a la vez compartida, como si fuera una terapia colectiva. En lo personal, urgente. La necesitaba para poder sacudirme del pesimismo, tristeza, desesperanza y dolor que me han venido acompañando últimamente, sobre todo en los dos últimos años, tanto por las pérdidas familiares lloradas hasta el cansancio, como por las decepciones sufridas en ese otro ámbito que es el público. Un escenario desolador, frente al que cuesta ser optimista, marcado por desaciertos políticos en todos los niveles y por desencuentros entre bolivianos, en todos los sectores.
De repente aparecen estas diecisiete voces diciéndonos que no todo está perdido. Que la adversidad tiene el don de despertar nuestras capacidades más insospechadas para sortear las dificultades. Diecisiete voces que, sin duda, se multiplican por miles y que nos llevan a creer en lo dicho al inicio de este desahogo: que el país está poblado por una mayoría de optimistas. Ojalá que esta mayoría contagie con su ejemplo a todos los bolivianos. Que su energía no se quede solo en lo empresarial, sino que vaya más allá y llegue al corazón mismo de la política, de los políticos, operadores del cambio. Que así sea, para bien de todos.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 26 de junio de 2022