Por: Maggy Talavera
Cualquiera podría pensar que tras una victoria contundente, como la que el TSE avaló a favor del MAS luego del escrutinio final de la votación del pasado 18 de octubre, íbamos a volver a la rutina sin mayores consecuencias, a no ser el dolor inevitable en el alma de los perdedores y la resaca entre los que celebraron su victoria. Curiosamente, no es lo que da para anotar en el registro de los días después. Claro que ha habido celebración en las filas del MAS, pero no tantas como podía preverse antes del 18. Y del otro lado, tampoco llegó la calma acostumbrada después de la tormenta. ¿Por qué será?
Tal vez sea porque la incertidumbre le volvió a ganar a la certeza. Incertidumbre entre quienes miran desde afuera al MAS de Luis Arce y David Choquehuanca, alimentada por la duda de quién gobernará realmente Bolivia por los próximos cinco años, si ellos o el dirigente vitalicio del partido y expresidente Evo Morales; pero incertidumbre también al interior del MAS, exactamente por la misma duda. Una curiosa coincidencia entre frentes opuestos. Una paradoja para quienes creyeron, desde antes del 18 de octubre, que solo había un camino para garantizar gobernabilidad y estabilidad social en el país: el de una victoria contundente del MAS, y en primera vuelta.
Acá no estoy entrando en el análisis, no menos importante, de la transparencia de este nuevo proceso electoral, surgido de una crisis que estalló tras el fraude denunciado el año pasado y la obligada anulación de las elecciones generales, con la firma y sello del propio Morales. El TSE avaló la participación del MAS en el nuevo proceso, y ya está. Lo que trato hoy es de comprender por qué, a pesar de los resultados oficiales, se percibe en el país un clima enrarecido, marcado por la incertidumbre y la zozobra, cuando no por una suerte de caos que va más allá del que generan los bloqueos y otras manifestaciones de protesta vistas en varias ciudades del país.
Un caos que se percibe en el mismo MAS, con posiciones encontradas entre los que piden mantener al margen del nuevo gobierno a las exautoridades que usufructuaron del poder en torno de Morales (incluido el propio Morales), y los que no ocultan su incondicional y fiel adhesión a éste. El mismo Arce es parte de ese caos, como lo muestran algunas de sus primeras declaraciones sobre cómo será su gestión. Él ha tratado de marcar distancia de Morales, pero sin mucho éxito. Al final de cuentas, le debe a Morales su candidatura a la presidencia, por encima de las pretensiones que tenía Choquehuanca.
Pero Arce sabe, sin duda, que el éxito de su gestión dependerá de mantener distante a Morales, una misión casi imposible considerando el carácter dominante del jefe del MAS, que ya se alista con todo para sentar su base de operaciones en Chapare. Parece que esta vez, quien vivirá un nuevo vía crucis a manos de Morales será el propio Arce. Sin contar, claro, los vía crucis que temen volver a padecer no solo los opositores políticos del MAS, sino también los líderes de plataformas ciudadanas y los dirigentes de las organizaciones e instituciones privadas. Entre los primeros parece haber una sensación de pérdida, pese a la victoria electoral; y entre los segundos, el temor a la reedición de las extorsiones y otras prácticas coercitivas que fueron tan comunes en los anteriores 14 años de gobierno.
No es posible avizorar un panorama halagüeño a corto y mediano plazo. Por mucho que Arce trate de diferenciarse de Morales, no logrará librarse de la carga heredada del MAS evista, ni de la presión externa que la alimenta (el eje China, Cuba, Venezuela) y menos de la crisis económica y sanitaria que tendrá que enfrentar en lo inmediato. Le resultará muy difícil garantizar estabilidad en el país. Y reitero: no apenas porque tendrá que enfrentar el descontento y rechazo de algunas fuerzas políticas y de al menos cuatro regiones, sino porque estará obligado a hacer esfuerzos extraordinarios para soportar los golpes que le llegaran desde su propio partido y desde su propia bancada parlamentaria.
La gran incógnita es qué hará Arce para lidiar con ambos frentes, si logrará éxito o no, y si librará ambas batallas en solitario o con Choquehuanca como aliado, sin la sombra de Evo pendiendo como una espada sobre su cabeza. Como una gran incógnita también es cuál será la actuación de las fuerzas opositoras, las que lograron una representación en la ALP y las otras que se despliegan por las calles. Tal vez las primeras pruebas de fuego estén en las elecciones departamentales y municipales que deben celebrarse el próximo año. O tal vez antes, en la conformación de su gabinete ministerial y en sus primeras decisiones.