Por Maggy Talavera.
Llegamos hoy a un nuevo proceso electoral en Bolivia con sentimientos encontrados, por no decir con un sabor amargo que nace desde las entrañas de un país que no termina de romper el círculo vicioso en el que sigue atrapado. Un círculo alimentado no apenas por la clase política, sino también por las elites de una sociedad incapaz de rebelarse, en serio, frente a una realidad marcada por la manipulación, la prebenda y el chantaje extorsivo de ida y vuelta. Una realidad, además, en la que la desinformación fue una constante.
Por desinformación hay que entender no solo la que se surge y se difunde abiertamente con mala fe. También cae en esa categoría la falta de información importante y oportuna, como la que soslayaron el TSE y los partidos políticos o agrupaciones ciudadanas. Ni uno ni los otros se preocuparon de explicar a la ciudadanía, en detalle y con claridad, cómo va a funcionar este complejo proceso que incluye dos elecciones simultáneas, en las que se elegirán 4.962 autoridades: 4.352 en 336 gobiernos municipales, 583 en nueve gobiernos departamentales y 27 regionales.
Hasta hace solo unas horas, persistían dudas sobre cómo votar. Ya ni qué hablar de las que comenzaron a surgir solo ahora acerca de quiénes son los candidatos a concejales o los candidatos a asambleístas que acompañan a los pugnan por ser alcalde o gobernador. Menos aun se conoce cómo se definen las victorias o asignaciones de curules, ni cuáles las ventajas o desventajas de apostar por el voto cruzado en una papeleta o en ambas.
El panorama es todavía más desalentador si consideramos la ignorancia acerca de los programas de gobierno de cada candidatura, incluso ignorados por los propios candidatos y hasta por el OEP, que terminó aceptando papeles que resultaron ser más rellenos que verdaderas propuestas programáticas. Una verdadera falta de respeto al proceso y a los votantes, a los que los candidatos llegaron más con promesas fantasiosa resumidas en arengas y memes, que con propuestas serias y honestas.
En fin, una seria de falencias a las que es inevitable sumar una seguidilla de acciones del TSE muy cuestionadas, como su persistente negativa a autorizar una nueva auditoría al padrón electoral y a la habilitación del sistema de difusión de resultados preliminares tras la votación, ambas acciones fundamentales para garantizar la transparencia real en todo el proceso. Esto sin contar las idas y venidas vistas tanto en el TSE como en algunos TDE, al inhabilitar a más de un candidato y obligados luego a dar marcha atrás en un par de casos, como los vistos en Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba.
Falencias recurrentes en un sistema que no sale de la marcha retro y al que la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist ha vuelto a calificar como régimen híbrido en su más reciente Índice Democrático 2020, que valora la calidad de la democracia en 165 países. Es decir, un régimen que sigue adoptando la forma de democracia popular, con instituciones políticas formalmente democráticas, pero como maquillaje de un ejercicio más bien autoritario. Una tendencia que está lejos de ser revertida en Bolivia, tal como lo podemos comprobar nuevamente hoy, de cara a este nuevo y doble proceso electoral.
Precisamente el proceso electoral es una de las cinco categorías contempladas por la Unidad de Inteligencia de The Economist para medir la calidad de la democracia en los 165 países incluidos en el índice. Las otras son funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. En las cinco estamos con calificaciones que se traducen en aplazo o pase raspando, algo que nos aleja cada vez mas del ideal de gozar de una democracia plena (solo una veintena de los países medidos gozan de ella, incluido nuestro vecino Uruguay) o de vivir al menos una democracia defectuosa.
Pero a pesar de esta dura realidad y del panorama sombrío que arroja la actual coyuntura electoral, quiero creer que Bolivia aun está a tiempo de revertir su tendencia al desastre. Algo solo posible si a partir de ahora comienzan a surgir fuerzas políticas y otras desde la sociedad civil, dispuestas a romper el círculo vicioso que nos ahoga. Para comenzar, quien sabe, convenciéndonos que depositaremos hoy nuestra voluntad popular en una urna electoral y no en una urna funeraria. Y asumiendo, finalmente, la responsabilidad de estar activos en los asuntos políticos cada día y no apenas previo a cada votación.
Santa Cruz de la Sierra, 7 de marzo de 2021