Por Maggy Talavera (*)
“Perdí todo, menos a mis hijos”, escucho decir a José Salvatierra en un reporte de Unitel. Sigo la historia de José y no puedo sino conmoverme y admirarlo, mientras comienzo a traer a la memoria un montón de cifras que hablan de boom económico, bonanza y hasta de un “exitoso modelo” que sitúa a Bolivia entre, supuestamente, las mejores economías del mundo. Tal vez José se pregunte, al igual que yo y muchos más, de qué bonanza hablan esas cifras, ausentes en la cotidianidad de millones de José, Jesús y María.
Una bonanza ausente en servicios que son fundamentales para el tan mentado buen vivir, como es entre otros el de la salud. Que lo diga José, que estuvo a punto de perder a sus tres hijos, afectados por el dengue. Uno de ellos llegó a estar en terapia intensiva. José se vio forzado a vender todo lo que tenía para poder cubrir los gastos de internación y los de cuidados médicos. Por supuesto que no se arrepiente de ello, porque logró salvar a sus tres hijos, aunque ahora su esposa y él andan haciendo de tripas cuajo para sobrevivir.
Cocinando a leña los alimentos que logran llevar a la olla en el cuartito que les sirve de casa, no saben hasta cuándo, porque no es propio. Es alquilado y ya arrastran tres meses de pagos pendientes. O sea que hasta podrían decir que en realidad no es que se hayan quedado sin nada, porque algo les sobró: deudas. Peor aun. La demanda de atención más que especial a los tres niños llevó a José a peder su trabajo de albañil. Una desastrosa cadena de adversidades formada a partir de un dato central: no hay salud pública.
Una constatación que echa por tierra todo enunciado pintado en letras en la Constitución Política del Estado. Entre otros, el descrito en el Artículo 35-1 de la CPE, que reza: “El Estado, en todos sus niveles, protegerá el derecho a la salud, promoviendo políticas públicas orientadas a mejorar la calidad de vida, el bienestar colectivo y el acceso gratuito de la población a los servicios públicos.” ¿De qué acceso gratuito habla la Constitución, si lo que vemos y escuchamos a diario son dramas como el que comparte José?
¿Quién nunca ha escuchado o conocido de manera directa historias como la compartida por José? Yo misma traigo una vista y sentida hace pocos días en Santa Ana de Velasco. El sábado pasado, a las 23:35, María Lucy tuvo que dar a luz a su niño Raúl en una pequeña habitación de paredes de barro, techo de paja y piso de tierra, porque no había nadie en la posta de salud, ni ambulancia disponible, para socorrerla. Y cada uno de ustedes puede sumar historias similares, hasta llegar a cifras que sobrepasen a las del supuesto boom.
Pueden ayudar como parámetro para medir las graves carencias en salud, las recurrentes campañas de solidaridad o las kermeses y rifas que se anuncian por los medios y las redes sociales. Tras cada una de ellas, es inevitable repetir la pregunta: ¿dónde están esos miles de millones que se reportan como rentas ganadas por Bolivia, tanto petroleras como las generadas por las exportaciones? Las primeras llegaron a 14 mil millones de dólares, en tanto que las otras llegaron a superar los 13 mil millones de dólares, de acuerdo a cifras oficiales y que sirven de base para los análisis económicos.
Cito solo un par de cifras entre tantas, solo para graficar lo dicho aquí, a propósito del drama enfrentado por José y su familia. Drama que se multiplica por cientos de miles, sin que haya en perspectiva una solución real y de fondo a este problema que se ha pasado ya de castaño a oscuro. Un problema cuyo impacto se mide no solo en pérdida de calidad de vida, sino también en pérdidas de vidas. José salvó la vida de sus tres niños, es verdad, y lo celebra por encima de todas las otras pérdidas materiales. Pero ahora está librando otras batallas no menos difíciles, como es la de poner la comida en la mesa.
¿Quién está velando por este y tantos otros José, Jesús y María, digo yo insistiendo en recordar que José no es la excepción a la regla, sino más bien la regla misma? Tanto estar metidos en las peleas, denuncias, abusos, robos y un largo etcétera, en vez de ocuparse del problema y deficiencias vistos en los servicios de salud. Un reclamo que vale para los tres niveles de gobierno, cada cual con sus competencias y obligaciones ordenadas por ley, pero incumplidas sistemáticamente gestión tras gestión.
Me voy pensando en este y otro José. En José Antonio Mendoza que cumplió el viernes pasado un mes de reclusión en la cárcel de Palmasola, por un proceso marcado por irregularidades, como se han encargado de demostrar los abogados de defensa. Parece que un tema no tiene que ver con el otro, pero no es así. Aunque los hechos pueden ser diferentes, el fondo de ambos pasa por un punto central: la violación a derechos que han sido consagrados en la Constitución y que son de cumplimiento obligatorio y oportuno. Uno y otro van lidiando con sus dramas, mientras que los encargados de hacer cumplir la Constitución y las leyes van por ahí atropellando derechos.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 19 de marzo de 2023