Por Maggy Talavera (*)
“Cuesta mucho lograr avances, mientras que los retrocesos suceden con mucha rapidez”, se lee entre las más de trescientas páginas del Informe Regional de Desarrollo Humano 2021, presentado esta semana por el PNUD. Me agarro de esta afirmación para compartir una breve reflexión sobre los hallazgos vistos en el Informe, porque refleja no solo lo que ha sucedido ya muchas veces en nuestros países, sino también lo que está ocurriendo ahora, en estos tiempos de pandemia por el COVID-19. Retrocesos que se perciben como efectos apenas de la crisis sanitaria, pero que son resultados de muchos otros factores apuntados certeramente en la publicación del PNUD.
El Informe destaca tres factores centrales que pueden ayudarnos a comprender porqué los países de América Latina y el Caribe han caído en una “trampa de desarrollo”, marcada por alta desigualdad y bajo crecimiento, pese ha haber registrado en las últimas décadas avances económicos y sociales importantes. Son tres factores detonadores de retrocesos: uno, la concentración de poder; dos, la violencia en todas sus formas; y tres, los elementos de diseño de sistemas de protección social y de marcos regulatorios de los mercados laborales. Este último factor, reflejado en políticas que “han consolidado una brecha enorme entre los trabajadores formales y los trabajadores informales”, con una tendencia “a gravar la formalidad, mientras subsidian la informalidad”, castigando así la productividad y el crecimiento a largo plazo.
A esos tres factores centrales, el Informe suma una yapa que hace referencia a un cuarto factor de carácter más bien endógeno: las percepciones de desigualdad y de justicia (o de injusticia) que tiene la gente. Una yapa importante no solo para comprender mejor las causas de cada retroceso, sino también y fundamentalmente para poder pensar, definir y encarar una “estrategia portadora de futuro” (como diría el argentino Daniel Scheinsohn), capaz de ayudarnos a salir de la trampa. O como lo sugiere el mismo Informe del PNUD, para “adoptar un enfoque de políticas más sistémico que considere todos esos factores de manera conjunta y desde una perspectiva de largo plazo”, mismo que debería quedar plasmado en “un pacto social renovado, próspero, inclusivo y sostenible”.
¿Están siendo considerados estos factores por quienes tienen bajo su responsabilidad las tareas de impulsar el desarrollo de nuestros países, de nuestra sociedad? Por lo visto hoy, y retomando el hilo de las reflexiones y datos que ofrece el IRDH 2021, la respuesta solo apunta a un rotundo no. La realidad actual es dura, contundente. “América Latina y el Caribe sigue siendo la segunda región más desigual en el mundo”, sostiene el Informe, al que añade al menos otros dos datos preocupantes. También “es la región más violenta del mundo (según la tasa de homicidios: pese a representar solo 9% de la población mundial, concentra el 34% del total mundial de las muertes violentas)” y la que presenta “menor movilidad intergeneracional educativa (nivel de escolaridad de adultos, determinado por el nivel de escolaridad de sus padres y madres)”.
Las tres constataciones son preocupantes y plantean grandes retos a ser encarados con urgencia, pero las dos últimas adquieren aun un peso mayor, sobre todo en países como el nuestro, “donde la violencia se ha convertido en moneda de negociación entre actores estatales y no estatales para alcanzar y sostener acuerdos”. Gravísimo, por supuesto, si se considera que la violencia conduce al deterioro de derechos y libertades, de la salud física y mental, de la educación y la participación laboral y política, además de fracturar el capital social y de amenazar a las instituciones democráticas, como destaca el IRDH. Todo lo aquí dicho, de fácil y dolorosa constatación en la realidad boliviana.
El rezago en educación, vivido ya como retroceso incluso antes del inicio de la pandemia del COVID-19, amerita también un énfasis especial y una interpelación urgente a quienes tienen bajo su responsabilidad la tarea de apuntalarla: ¿qué están haciendo para frenar en seco ese retroceso y, aun más, para revertirlo? Educación en el sentido más amplio de la palabra, no apenas en el de la formalidad de un sistema circunscrito al calendario académico en los diferentes niveles de enseñanza. Educación integral, permanente y de cara al futuro que está en construcción hoy, y cuyo mayor desafío no está anclado apenas en la transformación digital, sino más bien en la transformación personal, humana, como ya le oí decir también al experto citado antes, Scheinsohn.
Hay tantas tareas urgentes por encarar ya mismo, si de verdad queremos salir de estas trampas de desarrollo identificadas por el IRDH del PNUD, que no queda otro camino que no sea el de hacer fuerza común para lograr incorporar estos temas de fondo que plantea el Informe, como temas de agenda central en la actual coyuntura. No hay pretexto para soslayar o esquivar este camino, cuyo recorrido está siendo oportunamente abierto por el IRDH 2021. Ojalá también podamos salir nosotros mismos de otra trampa: la de la agenda política partidista y de confrontación a la que apuestan los poderosos de turno.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 27 de junio de 2021