Por Maggy Talavera (*)
Urge establecer una nueva hoja de ruta concertada para salvar la democracia en Bolivia. La tarea es urgente y no admite dilación. Responde a una situación de emergencia que se agrava cada día. Y no, no responde a exageraciones ni a preocupaciones repentinas sobre lo que estamos viviendo en el país. Una realidad marcada por una escalada de conflictos, de confrontación, de desencuentros cada vez más profundos que amenazan, en serio, la convivencia pacífica y la estabilidad democrática, con todo lo que esta demanda: vigencia de las garantías constitucionales y fortalecimiento del estado de derecho.
Todo esto está en grave riesgo. Ahora más que nunca, con un cerco y una asfixia cada vez mayor desde el poder central y que se manifiestan sobre todo por dos vías. Una, a través de acciones revestidas de legalidad, como es el paquete de leyes recentralizadoras que el partido de gobierno impone en la Asamblea Legislativa y, también, a través de la discrecional interpretación y aplicación de leyes vigentes por parte de los administradores de Justicia que actúan más como militantes del oficialismo, que como defensores de la sociedad. La otra vía no es menos preocupante: es el uso, ya sin disimulo, de fuerzas irregulares que actúan armadas, con violencia extrema, al amparo de autoridades e instituciones que deberían más bien combatirlas.
Lo visto durante el conflicto de los cocaleros de Yungas en La Paz, el más reciente caso de secuestro y tortura de policías, periodistas y civiles en el predio Las Londras, en Guarayos, y las últimas imágenes compartidas en estos cinco días de paro nacional indefinido, sobre todo desde Potosí y Santa Cruz de la Sierra, con grupos de choque movilizados por el MAS con el apoyo y amparo de la Policía, no dejan lugar a dudas: la cúpula del gobierno central está decidida a aplastar de vez a toda o cualquier oposición, voz crítica o acción disidente, en el afán de consolidar cuanto antes su proyecto de poder y control total. Pero bueno, nada de esto debería sorprendernos, sobre todo si hacemos memoria y recogemos uno a uno los anuncios hechos por los voceros del MAS, y las acciones ejecutadas.
Una acción y apuesta del poder central que está lejos de ser rectificada o alterada por una súbita toma de consciencia de que ese no es el camino de unidad y bienestar prometido y deseado por la mayoría de los bolivianos. No hay miras de ello. Todo lo que dice, pero sobre todo lo que hace la cúpula del gobierno, apunta en sentido contrario. Es una cúpula que se aleja cada vez más de la figura ideal del cóndor al que aludió en algún momento el segundo al mando, diciendo que serían como el ave que necesita de sus dos alas, la derecha y la izquierda, para alzar y equilibrar el vuelo. Ya lo dijeron los cocaleros de Yungas: hace rato ese cóndor perdió una de sus alas. O como dijo hace poco el senador Rodrigo Pereira: es una cúpula que se asemeja más a un trompo, girando sobre su mismo eje, hasta caer una y otra vez, sin miras de rectificar su rumbo.
Por eso ahora es momento de dejar de ser también, desde el lado contrario al de ese poder central autoritario, trompos girando a su vez sobre un mismo eje que no conduce a ningún otro y mejor rumbo. El cambio de rumbo no vendrá por voluntad de esa cúpula de poder. Urge, por lo tanto, plantear una hoja de ruta alternativa y concertada desde cada uno y todos los sectores que aspiran a seguir viviendo en democracia. Sin duda, una tarea nada fácil dadas las diferencias que hay entre esos sectores, pero sobre todo debido a los intereses mezquinos que aun se imponen sobre el bien mayor a ser defendido hoy, que no es otro que el de la vigencia de la democracia.
Un logro solo posible en unidad, tarea a ser iniciada ya nomás por más de un centenar de parlamentarios de oposición, así como por sus respectivos jefes de partidos. ¿Están dispuestos a sentarse a dialogar y concertar una hoja de ruta crítica que permita eficacia en el freno a la topadora oficialista u optarán por seguir nomás con sus dispersas, individuales e ineficaces intervenciones? Ya deberían estar reuniéndose, jefes y bancadas, para lograr una mejor actuación dentro de la Asamblea y una mayor articulación, desde allí, con la sociedad civil. Como ya dijo alguien, ¿se imaginan un ejército de más de 130 parlamentarios, entre titulares y suplentes de las bancadas de CC y Creemos, trabajando en serio y en conjunto? Si ya lo hubieron hecho así, tal vez no estuviéramos hoy parando contra la Ley 1386, entre otras.
Por supuesto que no es una tarea solo para los políticos y parlamentarios. Es una tarea a la que estamos obligados a sumarnos todos los que decidimos querer seguir viviendo en democracia. Sumarnos desde el lugar en el que nos movemos, sea como trabajadores por cuenta propia o salariados, empresarios de todo porte, gremios de profesionales, vecinos, etcétera. Ahora mismo los trabajadores de la prensa estamos impelidos a hacerlo, porque estamos ya enfrentando un cerco mayor a nuestras libertades y garantías para el ejercicio de nuestro oficio. Lo acabamos de ver en el caso de Las Londras, en las amenazas a varios colegas caricaturistas, incluso en una repentina convocatoria de una viceministra a los directores de medios de comunicación “para analizar el problema de desinformación y contenidos falsos (…) que solo tienen la intención de desestabilizar al Gobierno”.
Este no es un tema menor. Por eso habrá que insistir: urge establecer, desde la sociedad civil y en concertación con todos los sectores, una hoja de ruta alternativa, concertada y coherente para salvar la democracia. Estamos a tiempo, pero contrarreloj.
Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 14 de noviembre de 2021