Por Maggy Talavera (*)
De conflicto en conflicto, de tensión en tensión, de desencuentro en desencuentro. Así vamos en Bolivia, perdiendo el tiempo en disputas cada vez más recurrentes por todo y por nada, en vez de estar enfocados en tareas y acuerdos que nos permitan avanzar, resolver problemas, superar diferencias, echar mano y aprovechar cada una y tantas posibilidades que tenemos para salir adelante, para desarrollar nuestras potencialidades como país, pero antes, como seres humanos, como ciudadanos. Qué desperdicio, qué manera de desperdiciar esas ventajas y posibilidades que se nos presentan a diario para construir país, sociedad, bienestar.
Lo digo ahora, con la claridad -y dolor, también- que da el ver a Bolivia con alguna distancia. La distancia que permite un vuelo ligero y breve a otro país vecino que no está libre de problemas, pero que aun enfrentando muchos y no menos complicados que los nuestros, avanza a pesar de ellos. La vida transcurre, sigue. Hay titulares con buenas y malas noticias. Pero la vida no para, con sus luces y sombras. En Bolivia, sin embargo, parece que son más las sombras que las luces. Recorro los titulares de la prensa tradicional, otros que no son tan tradicionales, y sobresalen las malas noticias: violencia, muerte, paros, disputas. Entre las más recientes, las que están surgiendo por la postergación del Censo Nacional de Población y Vivienda.
Más un motivo para poner al país en pie de guerra. Y es importante aclarar, urgente: no solo porque esa postergación afecta a un departamento, como es el caso de Santa Cruz, sino porque va contra los intereses y las necesidades de todo Bolivia. Tal vez no se lo esté viendo así, y esto sí que es preocupante, porque estamos reduciendo la afectación a una sola región, a la que este y anteriores gobiernos han estigmatizado como la “privilegiada”, cuando en realidad es una decisión que sí perjudica a todos los bolivianos, sin excepción. La falta de un mapa actualizado de Bolivia, que precise cuántos somos, dónde estamos y cómo estamos, hace que sea imposible arrancar del Estado las políticas públicas que el país necesita para encarar la solución de los problemas que nos agobian y, a la vez, sentar las bases de un desarrollo sostenible, justo de verdad, para cada región y para el conjunto de la nación.
Nada que no sepamos, nada de lo que no hubiéramos tenido conocimiento antes de este anuncio oficial de postergación del Censo. La pregunta es: ¿por qué tenemos que esperar a que la cosa se ponga color de hormiga para reaccionar y actuar en consecuencia? Digo, ¿por qué hemos tenido que esperar a que el Gobierno haga este anuncio oficial para anunciar movilizaciones, paros, etcétera, cuando el Ejecutivo había dado ya señales suficientes que anticipaban su decisión de incumplir el mandato del Censo? ¿Estábamos dormidos, confiados en alguna fuerza sobrenatural o milagro? ¿Por qué esperamos siempre a estar al borde del precipicio para convencernos del peligro que corremos de caer al vacío, para solo entonces hacer malabares y evitar la caída?
Pero bueno, ya estamos donde estamos y no hay otra opción que la de ver cómo salir, una vez más, de un nuevo y gran entuerto. Otra vez, la pregunta: ¿bastarán las amenazas de paros y otras medidas extremas para obligar al Gobierno central a dar marcha atrás, hasta lograr que cumpla la tarea ineludible de realizar el Censo en la fecha prevista? Tal vez acá y ahora sea urgente también arrancar un compromiso personal y colectivo que vaya más allá de la demanda por el ¡Censo, ya! Un compromiso que nos permita trabajar a diario, sin descanso, por una agenda nacional clara, justa y factible que nos dé, al menos, la tranquilidad de despertar cada día con la seguridad de que estamos avanzando, y no estancados ni yendo cada vez más para atrás.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 17 de julio de 2022