Vayan tomando nota quienes creen que esta “gripecita” (como muchos insisten en llamar aun al Covid-19) ya, ya, se pasa, y que el otro dañino virus que hace estragos en la política boliviana también está “controlado” (el mal ético). Ambos están golpeando duramente a la población, con un efecto aun más devastador hoy, porque llegan en combo. Contra el primero no existe una vacuna o tratamiento médico científicamente comprobado. Sí hay un antídoto contra el segundo, pero para pesar nuestro, es todavía de alcance limitado: el control y la censura que se expresa a través de la participación ciudadana en todo lo que hace a la política pública; entre otros caminos, el voto popular.
En relación al primero hay datos de la realidad incontestables: la Organización Mundial de la Salud acaba de afirmar que “el mundo está entrando en una nueva fase peligrosa” por el virus, cuya cadena de contagio está siendo cada vez más difícil de ser controlada. Solo el jueves pasado “se registraron más de 150.000 contagios en el mundo, la mayor cifra en un día hasta ahora; la mitad de ellos, en América”, publicó ayer El País de España. Brasil, Estados Unidos, México y Nicaragua son algunos de los países en América que preocupan más, pero otros como Chile, China, Alemania y Portugal también lo hacen por el rebrote de contagios confirmados en la semana pasada.
Bolivia no es la excepción. El viernes, casi mil casos nuevos fueron confirmados en un día, de acuerdo al reporte oficial que hace cada noche el Ministerio de Salud. Casos oficiales, hay que remarcar, que no se ajustan necesariamente a los casos reales, ya que muchos de ellos corresponden a portadores asintomáticos, otros tantos no llegan siquiera a acceder a una asistencia médica y, a diario, se conoce de pacientes sospechosos que no consiguen someterse a la prueba PCR, para confirmar oficialmente su contagio. Los datos que gritan suelen ser, lamentablemente, los de los fallecidos. No hay cómo ocultarlos, dicen, aunque el caso boliviano también hay una dificultad para saber realmente cuántos son: no todos los decesos sospechosos de Covid-19 están siendo reportados. Básicamente, por carencia.
Exponer esta realidad no es, en absoluto, un irresponsable acto desesperado. Responde solo a la urgente necesidad de conocer y asumir la realidad que estamos viviendo, única manera de tomar conciencia de que el Covid-19 es mucho más que apenas una gripecita y que, como tal, demanda también con urgencia la actuación responsable y comprometida con la vida por parte de las autoridades de todos los niveles de gobierno. Algo que, en lo personal, no termino de vislumbrar en muchas de ellas, sobre todo en las responsables directas de comandar la lucha contra la pandemia. Digo esto remarcando siempre que, al margen de esa responsabilidad pública, hay otra fundamental y es la personal, el cuidado que cada uno de nosotros debe tener hoy más que nunca, y que tampoco es de destacar.
Vuelvo al tema, para enganchar mi preocupación por el otro virus, el de la mala política, que no es otra cosa que la política que prescinde de la ética, del bien ético. Echo mano en esta reflexión de lo dicho por la filósofa española Adela Cortina, que reivindica la política con auténtica base ética, la única capaz de buscar y lograr el tan prometido bien común. Y absolutamente posible, por supuesto. No hay falacia mayor que la tratan de meternos como verdad absoluta quienes se sirven de la política: de que es ser ingenuos aspirar a la buena política. No perfecta, pero buena. Está también está ausente hoy como antes en el país, sometida al contagio incontrolable del mal ético que se expande sin freno en todas las estructuras del poder y administración públicos.
Estamos viendo los estragos que sigue causando en el gobierno central, en la misma ALP y en los otros órganos del Estado. La ausencia del bien ético es un mal tan o más dañino aun que el mismísimo coronavirus. Impide que los dineros y recursos públicos sean bien utilizados para cubrir las necesidades de la gente, aborta cualquier plan o programa que busque solucionar los graves problemas que enfrentamos hoy, la mayoría de ellos a causa de la pandemia que no solo está poniendo en riesgo de muerte a los bolivianos, sino que ya ha causado también estragos en la economía de los mismos.
La única ventaja frente a este virus, el mal ético en la política, es que tiene ya a mano más de una herramienta de prevención y de cura. La primera está en manos de las mismas autoridades públicas: el acto de contrición, el primer paso para arrepentirse de todos los pecados que han cometido o están cometiendo en el ejercicio de sus funciones y, luego, para enmendar los mismos. Insisto en decir que aun están a tiempo, y pienso ahora de manera especial en la presidenta del país: ojalá dé paso atrás en su afán de ser candidata y decida enfocarse únicamente en salvar este difícil periodo de transición. Por supuesto que no es la única llamada a un acto de contrición. La lista es larguísima.
La segunda herramienta o cura está en manos de cada ciudadano boliviano. Depende de su voluntad no solo de tomar conciencia de lo que sucede, de hacer el mayor esfuerzo por estar bien y debidamente informado, sino también en su determinación de ir tras la pelea más complicada y de largo aliento que no es otra que la de fiscalizar al poder, al que debe exigirle rinda cuentas de los que hace y cumpla con lo prometido. Eso sí se puede.