Ya es una constante en los procesos electorales, aquí en Bolivia y mundo afuera: el paso del amor al odio, o a la inversa, que experimentan los candidatos en pugna ante las cifras que arrojan las encuestas sobre intención de voto. Si estas les favorecen, las aplauden y defienden a diestra y siniestra. Si les desfavorecen, las rechazan y denuncian también con el mismo ahínco, a diestra y siniestra.
No hay en ninguno de esos extremos una mirada con cautela frente a las cifras que, en el mejor de los casos, no es más que una foto ligera que capta lo que el elector piensa en ese instante. Un pensar que puede o no cambiar en la siguiente hora o semana, lo que ratifica que las encuestas solo reflejan una posibilidad, jamás una certeza. Las encuestas serias, claro.
Habrá que añadir: las encuestas serias, pero también los candidatos y los medios de comunicación serios y responsables, que saben muy bien cuáles son los límites a respetar en el manejo de esas. Uno de esos límites es el de no utilizarlas como certezas, en el caso de los candidatos, o como titular principal de portada o apertura de informativo, en el caso de los medios. La razón para ello es muy simple: evitar usarlas como mecanismos de manipulación de la opinión pública. Lamentablemente, el límite más ultrapasado por uno y otro actor del proceso electoral. Es ya tan recurrente esta falta, que las encuestas están dejando de ser una herramienta útil e idónea, volcada al interés y necesidad de la gente, para convertirse en otra ajustada a los intereses de partidos o grupos de poder.
Una pena, sin duda, y muy preocupante, porque al final de cuentas, todos perdemos con la descalificación y descrédito de una herramienta que es fundamental para acercarnos a los problemas, carencias o aspiraciones de una sociedad, conocerlos a profundidad y, a partir de los hallazgos, encontrar y darles las respuestas adecuadas. Algo completamente ausente ahora, en esta coyuntura electoral que vivimos en Bolivia, de cara a los comicios municipales y departamentales convocados para el próximo 7 de marzo. Queda claro que los sondeos de intención de votos ya difundidos ampliamente hasta hoy no están siendo aprovechados para conocer realidades, detectar problemas y ver cómo resolverlos, ni al menos al interior de las propias candidaturas en pugna electoral.
Los desfavorecidos con estas mediciones de intención de votos no han pasado del pataleo o del rechazo a las mismas. No han sido capaces ni honestos al momento de procesarlas, huyendo tal vez del espejo que les mostrará sin compasión los errores cometidos antes y durante la campaña que ya está en curso. Estoy pensando en los candidatos que pugnan por la Alcaldía de la capital cruceña y los que disputan la Gobernación de Santa Cruz (pero vale para todos, en todo el país). Los que creían tener aseguradas sus victorias, por estar aparentemente en ventaja ante sus contrincantes, ya que usufructúan del uso de bienes públicos y de la visibilidad que les ha dado el estar en función pública, están siendo poco o nada capaces de reconocer los graves errores cometidos al definir sus candidaturas.
Es el caso de tres de los cuatro candidatos a alcalde y alcaldesa, vinculados al gobierno local, al departamental y al nacional: sus candidaturas fueron impuestas, sin medir los pros y contras (más estos que esos), ni escuchar las voces de sus propios militantes, algo que, en el caso de Demócratas y del MAS, les ha valido renuncias, deserciones y migración de votos. Una pérdida que no se las pueden achacar ni a las encuestas o encuestadores, ni al candidato sin partido que llegó a ser inhabilitado por el TDE y que ha pasado del quinto o cuarto lugar, al segundo o casi primer lugar. Algo más o menos similar a lo que ocurre en el plano de la disputada por la Gobernación cruceña, aunque con sus variantes, o lo que estamos viendo en la pelea por la Alcaldía de El Alto, con el fenómeno Eva Copa. Hay más ejemplos concretos como estos en otros municipios y departamentos de Bolivia.
Si a esto sumamos los otros desaciertos que esos candidatos le siguen yapando a su dura disputa electoral, se hace más fácil la comprensión de los datos arrojados por la segunda encuesta sobre intención de votos. Desaciertos que pueden probarse materialmente, a través de los spots, cuñas y otros materiales que hacen a la estrategia de campaña. Esto sin contar las serias dificultades que entraña hacer una campaña electoral en emergencia sanitaria, como la que estamos viviendo por la pandemia del Covid-19. Y aquí, los que se creían aventajados por su doble rol de autoridad-candidato o el padrinazgo o favoritismo por ser candidato oficialista, están más bien en desventaja, por otra razón simple: lo que han hecho mal durante sus gestiones pesan más que sus buenas promesas.
En todo caso, para ser coherente con lo dicho sobre las encuestas como fotografías de un específico y limitado instante, nada de lo difundido en los últimos días es definitivo. Todo puede cambiar en este rompecabezas electoral. Fundamentalmente, por los aciertos o errores de los candidatos o de sus estrategas de campaña; y marginalmente, pero al final con cierto peso, por la encuestitis aguda de la que se aprovechan muchos para manipular e influir en la opinión pública y en el ánimo de los electores.