Maggy Talavera(*)
Cada 6 de junio aprovecho para dedicarles a los maestros de Bolivia unas palabras muy sentidas para celebrar no apenas el día especial que celebran desde 1924, sino también o, mejor dicho, sobre todo, su existencia. Valoro muchísimo la existencia y la entrega de cada maestro a la noble misión de enseñar. Hoy no podía ser diferente. Sobre todo este 6 de junio, el segundo ya en el que los maestros recordarán su Día en condiciones adversas, como son las provocadas por la pandemia del COVID-19. Adversidades que nos golpean a todos, sin duda, pero de manera muy especial a los maestros.
Hay material abundante para graficar el enorme e inédito desafío pedagógico que la crisis sanitaria está planteándole a los maestros, a nivel global. Un desafío al que los maestros no están en condiciones de enfrentar y responder de manera articulada, equilibrada, en cualquier parte del mundo, dadas las enormes brechas sociales y económicas que existen entre un continente a otro, un país a otro, una ciudad y otra, o entre una escuela y otra. De hecho, haciendo un ligero repaso de las experiencias compartidas desde diferentes países, se puede decir que ninguno estaba realmente preparado para este desafío.
Sin embargo, es cierto que en algunos países los maestros han logrado encarar la crisis en mejores condiciones que las que han tenido que enfrentar sus colegas en otras regiones. Entre otras razones, porque ya gozan de una mejor institucionalidad como gremio, mejor sistema educativo con soporte en políticas públicas sólidas y, elemental en esta crisis que ha obligado a la suspensión de clases presenciales, acceso garantizado a Internet y a las nuevas tecnologías. Ninguna de esas condiciones presentes en la realidad de los maestros en Bolivia, ¿o alguien tiene pruebas contundentes que demuestren lo contrario?
La verdad es que la pandemia sorprendió a nuestros maestros en pañales. ¡Y vaya si han tenido que hacer de tripas corazón para salir a flote el año pasado, lidiando con trabas de toda laya, dentro y fuera de las aulas! Lo visto ya en 2020, tras los primeros meses del salto obligado a las clases virtuales, fue preocupante: pocos estaban preparados para dar ese salto, la mayoría de los establecimientos no contaban con plataformas propias para adecuar sus planes académicos y, de yapa, ni maestros ni estudiantes podían asegurar las condiciones mínimas necesarias en casa para encarar el reto obligatorio e ineludible.
Todos padecieron, sin duda alguna. Y lo siguen haciendo, porque la crisis persiste. Pero no hay cómo dejar de admitir que los maestros han tenido que cargar con un peso mayor: el del cumplimiento del avance pedagógico y, además, el de la cuestionada calidad de ese avance. Y ha sido así, injustamente, porque hasta ahora no hemos sido capaces de ver la educación como algo que va más allá del rol de enseñar que cumple el maestro. Hemos dejado de lado a la comunidad educativa, esa que integra al maestro, a los estudiantes, a los padres de familia, a los administrativos del establecimiento. Incluso, a los vecinos del barrio donde funciona la escuela, el colegio. Y a las autoridades responsables, claro.
Un olvido que arrastramos desde hace décadas, pese a tanto dinero público gastado en diagnósticos y reformas educativas que no han reformado nada, como ha quedado hoy en más evidencia que nunca. Que lo digan los maestros, maltratados hasta hoy y usados más para la demagogia política, que para un cambio verdadero, transformador y justo en la educación de nuestros niños y jóvenes. Pero que lo digan esta vez con un tono distinto, no desde el lamento de lo que pudo ser y no fue, sino desde el grito transformador que suele explotar justamente en crisis profundas, como esta que viven hoy por la pandemia.
No sería la primera vez que una crisis termine acelerando procesos transformadores que estaban planificados para plazos largos. Procesos como los ya soñados por excepcionales maestros bolivianos, entre los que hago cuestión de citar otra vez al profesor Edgar Lora, por una razón, entre muchas otras válidas: tras los primeros meses de la pandemia y en medio de polémicas que ya provocaban las medidas improvisadas desde el Ministerio de Educación, Lora se atrevió a hacer sugerencias inéditas en ese momento para salvar el año lectivo que, lamentablemente, no tuvieron oída en ninguno de los niveles de decisión en materia educativa. Sugerencias que luego vi replicarse y hasta realizarse fuera del país.
Entre las que recuerdo ahora, la de dejar de lado el cronograma pedagógico cerrado que se había establecido desde el nivel central para 2020 y readecuar los contenidos a la crisis sanitaria por el COVID-19. Un tema transversal a ser incorporado en todas las materias, sin excepción, adecuándolo a cada una de ellas. Una enseñanza “para la vida”, como tendría que ser toda la educación, como lo ha dicho hace poco el mexicano y doctor en Pedagogía, Juan Carlos Yáñez, en un artículo publicado en El Diario de la Educación. Como lo sugirió ya el año pasado el maestro Lora, Yáñez destaca en su artículo que “el reto más trascendente no es concluir el ciclo escolar o agotar los programas de clases”, sino que “aprendamos de las circunstancias”.
Esto fue en gran parte lo que hizo Modesto Omiste Tinajeros allá por la segunda mitad del siglo XIX, el abogado, político, periodista y maestro potosino en cuyo homenaje se eligió el 6 de Junio como Día del Maestro en Bolivia. Parar, pensar, replantear todo, sacándole ventaja a la crisis. Queridos maestros, ¡que así sea! Y que en este reto pedagógico inédito ¡nos convoquen a todos!
(*)Publicado en El Deber y Los Tiempos
Santa Cruz de la Sierra, 6 de junio de 2021