Por Carlos Toranzo Roca
En los años 70 del siglo pasado daba clases de El Capital en la licenciatura de Economía de la UNAM y en las maestrías y doctorado de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas de esa universidad; me había convertido en uno de los principales “capitalólogos” de México. Además, impartía clases a muchos bolivianos que voluntariamente se adentraban en la lectura de la obra principal de Marx, en la universidad o domicilios particulares. Con René Zavaleta Mercado, iniciamos la docencia de una lectura heterodoxa de ese libro. Los estudiantes mexicanos tomaban esas clases como parte obligada del pensum; en cambio, muchos bolivianos, en especial los voluntarios, lo hacían para formarse y luego entender la economía y política de Bolivia, otros, estaban interesados en tener armas teóricas para avanzar a sus sueños revolucionarios, los de la construcción del socialismo. Pero, me topé con un caso especial, el de Jorge Cabrera, el camba Cabrera, él luego de estudiar el capítulo de Maquinaria y Gran Industria, que se refiere al cambio tecnológico, no dirigió sus ojos al Manifiesto Comunista ni a los Grundrisse, sino que se adentró en conocer las máquinas, comenzó a fabricar con mano propia sistemas de refrigeración y de ventilación para las taquerías mexicanas. Creo que comenzó su venta en la Tacoteca, taquería famosa, en la cual centenas de bolivianos aprendimos a degustar los tacos, estaba ubicada en Miguel Ángel de Quevedo de la Ciudad de México, ahora no existe, en su lugar está la librería Gandhi, por primera vez que los libros le ganaron a los tacos. Su agente de ventas, también camba, Roger Tuero, le ayudó colocar sus máquinas en decenas de decenas de taquería de la ciudad de México. El camba Cabrera compró alguno que otro coche y lo modernizó poniendo piezas nuevas, nuevos adelantos tecnológicos.
A su vuelta a Santa Cruz comenzó darle un salto tecnológico a Refrescos y helados Cabrera que era un emprendimiento de su madre que tenía su local venta en el centro de la ciudad. Seguro que comenzó por aumentar la variedad de aguas frescas, a la usanza mexicana, utilizando las delicias de las exóticas frutas cruceñas. Viajó algunas veces a Brasil a interiorizarse del desarrollo tecnológico en el área de su competencia, fabricó sus propios refrigeradores, inició el pasteurizado de la leche para sus helados con máquinas propias o modernizando y adaptando las que compraba en Brasil; después de mucho tiempo, entendió que había que comprar el top de la tecnología y no los desarrollos intermedios. Algo que no aprendió de El capital es el ensamble extraordinario entre salto tecnológico y rescate de las tradiciones, no sé desde cuándo comenzó a llenar Santa Cruz con carretones de helados Cabrera. No hay cruceño, sea autoridad o gente de la calle, que no deguste los helados y refrescos Cabrera. Hace como tres décadas visité la planta de Helados Cabrera, él me explicó los saltos tecnológicos; en cierto momento me preguntó: ¿ahora que nos das clases de qué vas a vivir? le dije en chiste: haré marcos, me respondió ¿Qué? Sí, le dije haré marcos teóricos. Hace cómo tres años, después de décadas de no tener contacto, nos reencontramos por medio del correo electrónico. Encontré que el camba Cabrera no había dejado de interesarse por el salto tecnológico, no le interesa el capital constante, el capital, variable, ni la tasa de plusvalía, le importa en concreto el desarrollo de la productividad en la industria que dirige. Me manda, de tanto en tanto, novedades tecnológicas, audio libros, que no siempre puedo abrir por mis problemas con la digitalización. Me ha preguntado si de verdad hago marcos teóricos, le dije que sí, pero no los que hacía hace 40 años en México, cuando volaba enterrado en temas abstractos que nadie podía entender ni leer. Le dije que sí, que los hago para comprender el desarrollo de Bolivia, su economía, la política, sus mestizajes, las burguesías cholas y cunumis, la democracia y el autoritarismo, el plurimulti, la interculturalidad. En estos últimos años, las cosas que escribí siempre han tenido su apoyo y su lectura atenta. Este empresario moderno que no detesta la tradición cruceña, sino que la absorbe y la ensambla con el desarrollo tecnológico y con los saltos de la digitalización, es seguramente uno de los pocos que ha entendido que El Capital no es un libro para hacer la revolución socialista, sino para conocer cómo funciona el capitalismo.