Carlos Jahnsen Gutiérrez (*)
El que leyó la brillante obra de Kafka “El Proceso”, de 1925, queda con ansiedad por el sombrío y tétrico mundo de una burocracia deshumanizante y represiva, de un mundo de poder sobre el que no tenemos control, ni acceso. Es ese mundo que oprime nuestra vida y libertad sin empatía alguna, sin posibilidad de defensa a pesar de que existe un aparato de justicia, pero desde luego, no justicia. Al terminar la lectura uno tiene la esperanza de que este solo es el mundo kafkiano que existió en la fantasía de aquel brillante escritor.
Al principio de la novela de Kafka, Joseph K es detenido por dos «guardias» a los que no se les permite decirle el motivo de su detención. La detención le deja casi tan vivo como antes, pero K intenta incesantemente averiguar porqué le han detenido, de qué es culpable y qué puede esperar del próximo juicio. En el proceso, se mete cada vez más en un disparatado e inhumano engranaje burocrático que se convierte en una maraña con cada nuevo dato. Joseph K busca la fuente del poder, pero se ve atrapado en innumerables advertencias, promesas y contradicciones absurdas para acabar «apuñalado como un perro» por dos «actores» con disfraces ridículos.
Ni en la burocracia de Kafka ni en la de Bolivia hay un significado ni organización central, aunque sí una de un orden represivo. En la burocracia de Kafka y en la del “Ministerio del Amor” de Bolivia, todo parece estar registrado en alguna parte que se utilizará en algún momento, no se sabe por quién, a su favor o en su contra. Una vez registrada la información nunca se olvida y puede juntarse en nuevos datos en cualquier momento, según sea necesario, en función de las necesidades. En la actualidad, todo lo que se ha registrado en Bolivia, sobre todo a partir del 2019, incluso las menos importantes o emocionantes, puede llegar a ser vital en algún momento, por decisión de los paranoicos.
El mundo de poder descontrolado y deshumanizante de Kafka aparece en su versión avanzada en el Gobierno del MAS en Bolivia con el secuestro del gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, y con la villana actuación de su Policía y de todo ese aparato de Justicia que vive protegido en lo profundo del intestino grueso del MAS, ¡qué asco!
Como si el mundo kafkiano no fuera suficiente para identificar características tétricas y totalitarias del Gobierno de la mentira y del odio del MAS, la obra 1984 de Orwell tambien aparece con fuerza. Tal como en el mundo de Orwell, en Bolivia el Gobierno viola diariamente con su propaganda e intrusión el buen criterio de la mente ciudadana. Cuenta con su nuevalengua que tiene como objetivo retorcer, sin avergonzarse, toda verdad, creando un mundo que está al margen de la realidad.
Desde luego que también tiene a su “Gran Hermano” A, e inclusive de yapa a una sombra del Gran Hermano, el “Grandísimo Hermano” con debilidades oscuras y perversas. También tiene como creación propia a sus “Pequeños Hermanos”, entre los que por sus características de algo así como un prototipo de ciborg masista que banaliza represión y muerte y que es tan encantador como una lata fría, sobresale últimamente aquel niño ministro del “Ministerio del Amor”, que se ocupa del dolor y la desesperación y que dirige a su Policía del Pensamiento y a sus grupos irregulares de choque. La Policía, dice él, sólo usa “humo que se dispara con ruido» contra los manifestantes y posiblemente en vez de repartir golpes brutales, reparte flores.
Uno se puede imaginar cómo los políticos masistas -gigantes en el odio, el engaño y la discriminación, pero enanos en integridad, ética y creatividad productiva- se reúnen diariamente para mirar las informaciones donde se muestran imágenes de sus enemigos políticos, en especial del líder Camacho, Calvo, Pumari, la lideresa Añez, etcétera, a fin de demostrar públicamente su rechazo hacia ellos. Siguiendo su genealogía de la enemistad, los masistas quieren acabarlos como a ratas.
Los perseguidos políticos viven en el limbo de esa incómoda mezcla de saber y tener que adivinar lo que podría venir contra ellos desde el poder arbitrario. Esa es la relación de poder del totalitarismo masista. Como en la novela de Orwell, en cada sesión deben gritar insultos y, quién saben, alguno de los incontrolables podría arrojar violentamente objetos hacia la pantalla.
Estos “dos minutos de odio” orwellianos son el pan diario y parte del adoctrinamiento al que son sometidos los ciudadanos de Bolivia. En su dialéctica de negatividad se genera el rechazo inmunológico colectivo del MAS frente a lo diverso. Hablan de diversidad, pero están empecinados a imponer una hegemonía aimara-colla. La multidimensionalidad de la sociedad en Bolivia la reprimen en una unidimensionalidad monolítica y arcaica como sus mentes. Es el imperialismo masista.
A Bolivia le roban su espíritu, su diversidad cultural, su libertad y su espontaneidad a través de la opresión de lo diverso y lo diferente. A través de la “aimarización cultural”, de la creación de una “sociedad única”, de los nuevos dueños de la realidad, sueños y expectativas de la sociedad boliviana, sólo materializan la creación de sectas narco-oligárquicas masistas y la creación de clanes plurinacionales. El MAS divide a Bolivia a través de una guerra cultural.
La reacción de la sociedad boliviana contra ello es de rechazo, de saturación digestiva-neuronal. Pero para los paranoicos, el mundo en el que viven está en orden. Con el adoctrinamiento en su nuevalengua se pretende de esta manera convertir, en el inconsciente de los ciudadanos, en veneno étnico y odio hacia un latente enemigo toda la angustia causada por sus miserables existencias, por la pobreza en crecimiento, por las fallas crecientes en la economía. Hacia todo lo que no entra en su esquema mental. Así, buscan evitar la posibilidad de que los ciudadanos dirijan sus pensamientos y sus actos de rebelión y saturación contra el propio Gobierno, justamente lo que ahora pasa y se solidifica en Bolivia con el ejemplo de Santa Cruz.
Y con ese miedo permanente nace tambien la paranoia de los políticos del MAS, del “Gran Hermano A“ y el “Grandísimo Hermano E” y de todos los hermanos borrachos de poder y de dinero mal habido. El problema es que cuando te vuelves paranoico político, siempre te estancas en el mismo sitio, detrás de la misma trinchera de miedo y mentira, con supuestos enemigos ocultos que te rodean y esperan el momento oportuno para atacarte. Ese es su secreto y allí donde persiste algún otro secreto que no conocen y donde cae una máscara de político partidario o de oposición, allí aparece el enemigo.
En el pasado, los emperadores y los reyes tenían que gobernar a su pueblo con la cosmovisión adecuada y con la bendición de Dios, pero sobre todo con el uso de la violencia como el último ratio de su sistema de recompensa y castigo. Así gobiernan hoy los dictadores en Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Bielorrusia, Rusia, Irán. Un tipo de ejercicio del poder que se tiene que condenar, porque sabemos, no es misterio, es un mal.
En la mente paranoica, lo que aún no es reconocido es siempre sólo lo oculto conocido. Es su laberinto de mentiras y malas intenciones. Bajo el cielo tétrico de la paranoia del masismo no hay realmente nada nuevo. O mejor dicho, es necesario que no debe haber nada nuevo, como explica Thierry Somonelli a la paranoia en Poder y Paranoia (2013). Su poder político los deja atascados en el propio sistema de pensar, sentir y actuar. Juzgan a sus oponentes políticos y las situaciones según sus propias categorías de experiencia y valores. ¡Y vaya, los valores chutos que tiene el MAS!
La prepotencia y el abuso del poder destruyen los sentimientos por los demás, pulveriza seres humanos, despedaza la compasión y no entiende las consecuencias de una legítima rebelión. Ese comportamiento es indecente y ultrajante, pero no sólo eso, sino también que daña toda perspectiva real de cambio en una sociedad. Destruye la base de una sociedad feliz, la esperanza que alienta a la gente a plantar con ganas árboles, a pesar de que sepa que no disfrutará en el futuro de la belleza y sombra que estos ofrezcan.
Elias Canetti, pensador búlgaro y escritor en lengua alemana, Premio Nobel de Literatura en 1981, lo resume así en su libro Masa y Poder de 1960: “La paranoia es, en el sentido literal de la palabra, una enfermedad del poder. Para la paranoia no existen coincidencias, sino sólo intenciones y causas. Nada ocurre sin una razón. Y toda pérdida de poder se produce por traición y conspiración, por subversión y descomposición planificada”. Los ciudadanos en Bolivia estarían horrorizados si escuchasen lo que acontece en la Casa de Pueblo, que se asemeja más a un cueva de paranoicos y embusteros que crean su propia realidad oligarca.
La realidad demuestra, sin embargo, que la política del MAS en Bolivia agotó todas sus reservas de integridad, credibilidad, decencia y recursos. El MAS no logró una convergencia entre entendimiento de la virtud de gobernar bien y poder, sino una de estupidez, abusos y corrupción. Su práctica política está estancada en estructuras mafiosas y en una ideología retrógrada, vengativa y de falsas narrativas, creando una realidad ficticia llena de odio con la mirada hacia el pasado y degenerando el tejido social por la economía ilícita, entregando soberanía y aislando a Bolivia internacionalmente.
El MAS es incapaz de ofrecer propuestas y soluciones viables y prácticas con una mirada amplia, innovadora, que abra a Bolivia y su sociedad las puertas hacia el futuro, que genere transformaciones económicas, sociales y ambientales que son impostergables. Todo esto indica una profunda crisis moral, ética, de integridad y conceptual. Es hora de que al MAS lo envíen al Valhalla político, a más tardar en las elecciones de 2025.
Después que algún día, pronto, la pesadilla del MAS acabe, será una satisfacción para el pueblo tranmbajador y honesto leer en la lápida del MAS “¡Esta vez no es mentira!”