Por Maggy Talavera (*)
Si tuviera que hacer una lista de deseos para esta Navidad, ¿con cuál empezaría? O si ya la hizo, ¿cuál fue el primero? Lo más probable es que los deseos de buena salud, prosperidad y un buen amor encabecen esas listas. Mi primer borrador no escapó a esa obviedad, como era de suponer. Pero una lectura al azar me llevó a echar a la basura el borrador y rehacer mi lista, que se redujo simplemente a un solo deseo: descongelar corazones.
Sí, descongelar corazones. O dicho en otras palabras, a alentar la expulsión de las piedras que muchos tienen al lado izquierdo del pecho. Me quedo con la primera figura, inspirada en un par de frases rescatada del libro de bolsillo “De Francesca a Beatrice”, escrito por la argentina Victoria Ocampo en 1924. “El odio es sin duda el estado sólido del corazón humano, como el hielo es el estado sólido del agua”, se lee casi al inicio de la publicación.
Odio y hielo, dos en uno, mal de males entonces y hoy. Un estado sólido de ese órgano tan vital, “el órgano principal del aparato circulatorio humano (que) bombea sangre a todo el cuerpo”, que llega a lastimar las manos que tratan de tocarlo o ablandarlo con caricias o a golpes. Mal de males, sí, porque al volverse hielo o piedra deja de alimentar sentimientos buenos, nobles, y termina devorando al alma.
¡Vaya peligro que entrañan esos corazones congelados, esos corazones hechos piedra! Un peligro que ha dejado de ser apenas una amenaza velada, para transformarse en hechos concretos, protagonizados cada vez más por gente de toda laya y a todo nivel, con consecuencias nefastas para todos. Es el odio campeándose por todas partes, tomando el control de todo y de todos.
Un peligro que no comienza y acaba solo en el odio, como si esto no fuera ya suficiente. Es un peligro que llega a niveles incontrolables, de la mano de la violencia verbal y física. Más grave aun cuando emerge de ámbitos públicos, nada menos de aquellos llamados a dar las garantías de seguridad y protección a todos los ciudadanos, sin excepción. ¿No es acaso lo que vemos a diario en esta Bolivia preñada de abusos y excesos en el ejercicio del poder?
Ya no se trata de uno u otro caso marginal, como podría haber sido el protagonizado por el comandante de la Policía de Santa Cruz. Podría pero no fue marginal: la violencia y el abuso de autoridad del jefe policial, premiados antes que castigados por las autoridades del gobierno central, es la representación brutal de la práctica y el ejercicio del poder de un puñado de funcionarios públicos que, no hay duda, tiene congelados sus corazones.
Una práctica y ejercicio del poder abusivos que se traducen en centenares de violaciones de los derechos fundamentales no solo de los que son identificados como opositores al gobierno, sino también de los propios militantes del partido oficial que osan manifestar su disconformidad con lo que hacen sus jefazos o, como fue el caso de Marco Antonio Aramayo, se atreven a denunciar la corrupción que se campea en la administración pública.
Solo de una piedra en lugar de corazón o de un corazón congelado pueden emerger actos o actuaciones como los protagonizados por policías, fiscales, jueces, ministros y hasta por los presidentes, en contra de ciudadanos que les son contrarios y a los que someten a un verdadero vía crucis, sin reparos ni medida en la tortura judicial y real, como lo hacen hoy con el dirigente cocalero César Apaza, la exministra de Salud, Eidi Roca, los hermanos Kim, o con el gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, por citar solo algunos.
No son los únicos corazones congelados que desearía incluir en mi lista de un solo deseo: descongelarlos. Hay muchos más. Pero me aliviaría un poquito el ver en esa primera línea de abusivos descorazonados el inicio de la realización de un deseo mayor: ¡no más piedras en el lado izquierdo del pecho de los jefazos de todos los colores, y de los pechos de sus secuaces! Imploraré con todas mis fuerzas para que se me conceda el deseo: descongelar corazones.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 24 de diciembre de 2023