Por Patricia Hurtado
El concepto del síndrome del impostor fue introducido por dos sicólogas estadounidenses, Pauline Clance y Suzanne Imes, en el año 1978, para referirse al sentimiento de duda o falta de confianza en sí mismo, el no creerse lo suficientemente capaz para llegar a un lugar, cumplir una meta o realizar un sueño. Una persona con síndrome del impostor atribuye sus logros a la suerte o a la ayuda de los demás, duda de sus propios talentos y de sus capacidades. Según un estudio de la UNAM, el 70% de la población en el mundo ha padecido el síndrome del impostor. Siete de cada 10 personas no asimilan sus logros y les cuesta creerse lo que han conseguido por sus méritos.
¿Cómo afecta esto a las mujeres? ¿Cómo se relaciona con la participación mínima de mujeres en puestos de liderazgo? ¿Son las mujeres más propensas que los hombres a padecer este síndrome? ¿Por qué mientras los hombres sobreestiman sus capacidades y su rendimiento, las mujeres lo subestiman (Universidad de Cornell -2018)? La respuesta es diáfana. Históricamente las mujeres han vivido bajo la supremacía masculina, desde la antigüedad hasta la época actual, las mujeres han tenido que luchar por que se les reconozcan sus derechos, desde el derecho al voto hasta el derecho a vivir en igualdad jurídica, siendo esta el primer paso para la igualdad de género, aunque no lo suficiente para lograr la igualdad real. Entonces, cómo no van a tener falta de confianza muchas mujeres si históricamente han sido silenciadas y privadas de acceder a espacios reservados para los hombres. Cómo van a creer en ellas mismas si durante siglos les han negado derechos y espacios para desarrollar sus capacidades. Si revisamos la historia de Bolivia, las mujeres que sabían leer y escribir votaron a partir de 1947 y fue recién en 1974 cuando se permitió que la mujer pueda firmar un contrato, registrar su negocio y abrir una cuenta bancaria sin el consentimiento de su esposo.
En el mundo empresarial, Sheryl Sandberg, directora financiera de Facebook y autora del libro
Lean In expresa claramente: “A los hombres se les contrata por las expectativas y a las mujeres por los resultados”. Las mujeres están obligadas a mostrar su valía. Siempre observadas, intentando romper el techo de cristal, o expuestas al precipicio de cristal. Si hay mujeres que padecen del síndrome de la impostora, es precisamente porque han sido invisibilizadas en la historia, en sus puestos de trabajo, en sus entornos, porque están a prueba constantemente, siendo que son unas verdaderas malabaristas del día a día. Pero como todo en la vida, hay dos caras de la medalla, y la impostora que muchas veces te sabotea por dentro, también te hace sacar tu mejor versión, porque nada como la incomodidad y las ganas para hacer que alguien un día sea un ser excepcional y logre sus metas y sueños.
Estamos en un momento en el que existe una necesidad de repensarnos de manera profunda, mujeres y hombres, para ser auténticos agentes de cambio, la igualdad jurídica, la igualdad de oportunidades, son esenciales, pero lo es aún más el que las mujeres nos volvamos hacia nosotras mismas, querernos, creer en nuestras capacidades, apoyarnos unas a otras y no masculinizarnos cuando llegamos a la cima, abrir espacio para otras mujeres. Cuando avanza una avanzamos todas, pero cuando una pierde un espacio, perdemos todas. ¡Somos leonas y a veces nos vemos como gatitas!