Por Alfonso Cortez
Desde mi barbecho. Comunicador Social.
En el estropeado aeropuerto Viru Viru —que alguna vez aspiró a ser un hub—, la última imagen que se ve al final de la asfixiante pasarela de acceso para embarcar el avión de LATAM, rumbo a Santiago, es el rostro del presidente boliviano, Luís Arce, en medio de coloridas frases y eslóganes de su primer año de gestión de gobierno. Al llegar al aeropuerto chileno, Arturo Merino Benítez, ingresamos al resplandeciente y recién inaugurado edificio del Terminal 2 de Nuevo Pudahuel, y no se ve ninguna gigantografía de quien entregó la imponente obra. No aparece la cara de Sebastián Piñera, y menos aún, la del nuevo presidente, Gabriel Boric, que todavía no ha cumplido un mes en el cargo.
Este bisnieto de croatas que migraron a Magallanes (extremo austral del continente) a fines del siglo XIX, movidos por la fiebre del oro, llegó a La Moneda de la mano de Apruebo Dignidad, una coalición conformada por el Partido Comunista, las fuerzas del Frente Amplio, el Frente Regionalista Verde Social y exhumanistas.
El nivel de expectativas con el que Boric llega al poder es casi tan grande como las complejidades que le presenta la actual coyuntura: una crisis sanitaria que no termina, la economía con alta inflación, crecientes problemas de delincuencia y narcotráfico, una crisis migratoria en el norte del país y escaladas de violencia en La Araucanía. Y, todo esto, en medio de las discusiones que se llevan al interior de la Convención Constituyente cuyo texto final será sometido a un plebiscito y en el que están contempladas muchas de las iniciativas prometidas por el nuevo gobierno.
Con Piñera se cierra un ciclo político y fenece el antiguo régimen constitucional. Boric, de apenas 36 años, representa un cambio generacional de la elite gobernante. Su ideología apela a una izquierda renovada —feminista, ecológica, descentralizadora y de disidencias y pluralidad de identidades—, al tiempo que su horizonte cultural es “posmoderno, individualista y comunitario a la vez, con propensión a exaltar identidades populares, originarias y locales”. Al interior de la joven coalición, se deben resolver las visiones refundacionales confrontadas con las ideas moderadas, porque el gran desafío de estos nuevos actores es no defraudar la gran expectativa de cambio social que generaron en quienes, masivamente, votaron por ellos.
El primer mandatario, y la mayoría de sus colaboradores, no ha sido parte de las dos coaliciones que han ocupado el poder en los últimos 32 años. Estos hijos de la Concertación han crecido en un país sin los rigores de la dictadura y han sabido de las bondades y dificultades de la modernización capitalista. Su juventud es, al mismo tiempo, una oportunidad y un riesgo. Más allá de la carga simbólica que significa esta segunda transición democrática, el reto es mostrar la posibilidad de expandir la red de protección social manteniendo un crecimiento económico que sostenga esa red y equilibrios macroeconómicos que prevengan que el incremento de demanda agregada se traduzca en más inflación. Como todo cambio, además de esperanzas e ilusiones, se tienen también interrogantes e incertidumbres.
Espero que este líder universitario, que declaró tener como “gurú intelectual” a nuestro célebre “matemático”, pueda mostrar en su gestión, antes de lucir gigantografías con su foto, el nuevo rostro de un Chile más justo, con menos desigualdades, rumbo al reencuentro con la perdida paz social.