Por Maggy Talavera (*)
Ay, caramba, ¡cómo son vitales hoy, como siempre aunque más que nunca, esos ángeles terrenales que andan pululando por ahí, girando a nuestro alrededor con una luz propia tan necesaria para despejar el negro luto que amenaza cubrirlo todo! Negro luto que ha llegado colgado de un enemigo invisible que nos mantiene en zozobra desde hace ya más de un año y que, tal como van las cosas hasta ahora, está lejos de liberarnos de su mala y mutante presencia. En zozobra a muchos, pero no a los ángeles a los que aludo al inicio y que nada tienen de místicos o esotéricos.
Hablo de ángeles de carne y hueso, de edades y personalidades tan dispares, pero a los que los une o asemeja una extraordinaria capacidad para amar sin condiciones, una no menos extraordinaria disposición para cooperar y ayudar otros, sin tacañear esfuerzo y tiempo, y una sorprendente fe en la humanidad. Y no, no son para nada negadores de la realidad, ni de los problemas y vicios que la marcan con dureza, y menos aun forzados mensajeros de falsos optimismos. Por el contrario: son muy realistas, con los pies bien puestos en la tierra, meticulosos a la hora de prever riesgos, pero decididos a dar y vivir.
Estoy hablando hoy de estos ángeles terrenales, porque gracias a que varios de ellos se me cruzaron por el camino en estas últimas semanas, yo misma he sido capaz de sacudir y expulsar pedacitos de ese negro luto que me aflige desde hace ya muchos meses. Por eso digo y repito, ¡cómo son vitales hoy, más que nunca, esos ángeles terrenales! Cada uno de ellos ha poblado mis días con sus propias historias de fe en la humanidad, trayéndome bocanadas de esperanzas que se han transformado en risas y en momentos de alegrías, a los que les he sabido sacar el jugo. Son solo instantes aun, pero ya los siento eternos.
Daniel Ágreda es uno de ellos. Un joven diseñador de modas que es capaz de transformar un sueño en realidad. Hoy puede ser Santo Corazón con sus talentosas tejedoras Reina Cayú, Flor Delicia Ramos o Pacualina Chonaca. Ayer fue Gladys Moreno y la imagen del Abuelo chiquitano inmortalizada en un barbijo. Mañana será Santa Ana, San Miguel o San Rafael, o todos juntos, y su maravillosa riqueza cultural. Fe en la humanidad y ganas de dar luz y amor es lo que le sobran a Daniel. Es un ángel en la tierra, poniendo luz para dar fin al negro luto. Una luz que se alimenta de la que irradia su aliado ejército de ángeles.
Sarita Mansilla es otro ángel en la tierra. No lo digo por el cargo que ostenta desde hace pocos días, como secretaria de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra. Lo digo por las innumerables acciones que realiza desde hace años en el ámbito cultural y social cruceño. Hay que ver lo hecho por Sarita, no desde la soledad, sino desde la magia de esfuerzos comunes que ha sabido entretejer con personas excepcionales, con las que comparte la misma fe en la humanidad. Como ella, Lorgio Vaca, Laura Zanini, Fernando Prado y el superángel en al tierra que es Marcelo Arauz.
A propósito de Fernando, Laura, Lorgio y Marcelo, a los que cito siguiendo el orden de la foto que reveo ahora mismo, cuando escribo estas líneas: ¡vaya bocanada de esperanza la que me han dado al presentarse el jueves pasado en el Museo Artecampo, para hablar de los 40 años de recuperación y desarrollo cultural logrado a través del Cidac! Faltó Adita Sotomayor en la foto, físicamente, pero ella es el ángel que acompaña todo desde el cielo y, desde ese lugar infinito, nos sigue contagiando de esperanzas a través de su obra aquí en la tierra. Verlos allí, serenos en plena escalada de la tercera ola de la pandemia por el Covid-19, sin duda alguna guardando todas las normas de bioseguridad, fue un bálsamo para el alma. La vida sigue. Vivir es urgente. Eso me dije.
Puedo seguir citando muchos otros ángeles en la tierra y la lista no acaba. Y ojo, que solo estoy señalando a algunos de los que he tenido la suerte de toparlos en mi camino esta semana. Karen Jaúregui y Marcela Casal, por ejemplo: una es médico cirujano y la otra estudiante y voluntaria. Ambas con muchas tareas y responsabilidades para cubrir cada día, pero las dos capaces de sacar tiempo de donde no hay para llevar alegría a los niños que llegan con algún padecimiento a la sala de Pediatría del Hospital Japonés. Se les ha ocurrido Pintar Esperanzas allí, de la mano de otros ángeles que tienen formas de artistas. ¿Cómo no contagiarse de esperanzas, cómo no sacudirse la aflicción y vibrar de alegría?
En medio de tanta pesadumbre, de tanta aflicción y dolor por los estragos que nos está causando la pandemia del Covid-19 (y también la otra pandemia, la provocada por la mala política), urge visibilizar a cada uno de estos ángeles terrenales. Unos casi eternos, como nuestra querida Dora Luz de Dávila y su ejército de ángeles llamado Davosan; otros no tanto, porque son aun jóvenes, como los bomberos voluntarios que van apagando incendios ajenos; o los anónimos que van de hogar en hogar de niños, mujeres o ancianos abandonados, brindando ayuda o consuelo. Todos ellos necesarios hoy, como siempre, pero más que nunca para “recuperar y reimaginar el futuro”, como reza la máxima usada este año por la Larga Noche de Museos.
*Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 23 de mayo de 2021