Por Maggy Talavera (*)
Entre los bienes a preservar con especial esmero y tenacidad en la humanidad, el de la libertad es sin duda uno de los más importantes. Libertad para ser y hacer, para pensar, decidir y decir. Pero ya sabemos que, aunque todos nacemos libres, no todos vivimos con o en libertad. Esta es un bien por el que hay que pelear día a día, en cada lugar en el que nos toca vivir nuestra humanidad. Los periodistas, en particular, sabemos muy bien (o así debería ser) lo que es esa lucha constante por preservar la libertad en el ejercicio diario de nuestra profesión. Una lucha frente a muchos otros, pero también una lucha interna.
Me obligo a hacer esta reflexión en víspera del Día Mundial de la Libertad de Prensa que celebraremos mañana, lunes 3 de mayo, y a compartirla aquí y ahora con ustedes, porque la realidad así lo demanda. Una realidad marcada no solo por la violencia exacerbada desde múltiples frentes y que nos golpea a todos, directa o indirectamente, sino también por los desaciertos que estamos viendo o cometiendo en el cumplimiento de la tarea de informar sobre esos hechos violentos. Desaciertos que, en muchos casos, golpean tanto o más que los propios hechos que relatamos y que, lamentablemente, no siempre son fruto de la ignorancia de nuestras reglas éticas o de algún otro error librado al azar.
Y no, no se trata de ocultar la realidad, ni de dejar de informar sobre hechos dolorosos o de una atrocidad que espanta. Se trata de cómo informamos, qué pretendemos lograr al traer a público ese doloroso o atroz hecho: ¿cumplir la tarea de comunicar, sin perder de perspectiva la dimensión ética de nuestro oficio?; ¿o simplemente conseguir audiencia a como dé lugar, así sea alimentando el morbo de la gente a costa de la dignidad de quien padece o protagoniza el hecho de violencia? Y no, no vengamos con el pretexto de estar dando “apenas lo que la gente pide”. La gente pide muchas cosas, entre buenas y malas, pero está en nuestras manos discernir entre unas y otras y optar por el camino correcto.
Estoy repasando la cobertura mediática vista sobre el trágico final de una joven pareja, registrado a inicios de la semana pasada, y no puedo dejar de preguntarme: ¿fue correcto el camino elegido por varios de esos medios, de exhibir hasta el cansancio las imágenes y el audio registrando el horror de ambas muertes?; ¿acaso fue correcto, no indagar, sino exponer con tanta liviandad las intimidades de una pareja que no tiene ya la posibilidad de defenderse, de proteger su intimidad? Y no, tampoco salgamos ahora con el pretexto de que solo hemos informado lo que la autoridad policial o los fiscales han revelado. Allá ellos con sus propias responsabilidades. Nosotros, periodistas, tenemos que hacernos cargo de nuestras propias obligaciones y responsabilidades.
Esta reflexión vale también para la gente que justifica la igualmente condenable actitud de compartir sin escrúpulo alguno las imágenes y los audios de este y tantos otros hechos violentos vistos aquí y en cualquier otro rincón del mundo. El pretexto de que otros ya lo hicieron o que “ya cundió” en las redes no nos salva, no nos libra de la responsabilidad que tenemos como individuos libres e iguales. Pero repito lo dicho en relación a las no menos desacertadas actuaciones de policías y fiscales en este hecho concreto: tenemos, como periodistas, una responsabilidad no delegable en la tarea de informar. Y más nos vale hacerlo desde la dimensión ética inherente al periodismo, si acaso queremos cuidar, en serio, ese bien mayor que representa para nosotros la libertad de prensa.
Una dimensión ética que no está reñida con la libertad de pensamiento, vale aclarar, sino más bien todo lo contrario: el libre pensamiento debe estar también asentado en la ética y no apenas en la que está descrita en los códigos que rigen nuestra profesión. Insisto en traer una y otra vez a la ética en estas reflexiones, ahora más que nunca, porque todos la necesitamos presente en cada espacio de nuestra vida: en la personal, en la familiar, en la laboral y, cómo no, en la que compartimos en sociedad. Amalaya todos reivindicáramos la ética, no solo en el periodismo, sino también en la política, en la economía, en todo lugar.
Reivindicar la ética y la humanidad, añado ahora. Humanidad en todo momento. Porque así como faltó humanidad en los medios que olvidaron el derecho a la dignidad que tiene toda persona, viva o muerta, también faltó humanidad en otros medios, particularmente en uno, al ignorar la cercanía que tuvieron en algún momento con la joven pareja, víctima de una relación desafortunada. Sí, hay medios que parecen más una cámara frigorífica, al mando de unas maquinitas calculadoras, antes que mesas de redacción en las que se trabaja con la información como bien común.
(*) Publicado en El Deber y Los Tiempos, domingo 02 de mayo de 2021.