Por Maggy Talavera
La nueva y feroz arremetida del MAS en contra de sus opositores, ex aliados y cuanta voz crítica surja frente a su cúpula partidaria y de gobierno, no es para nada sorprendente. Lo que llama la atención es ver o escuchar reacciones de sorpresa o espanto frente a lo que está ocurriendo desde hace algunas semanas: la reedición de la perversa práctica política que marcó los catorce años de gobierno del MAS a la cabeza de Morales, echando mano también del sistema judicial y de las llamadas “fuerzas del orden” (policías y militares).
Una arremetida que se ha intensificado las últimas horas, tras los resultados electorales arrojados por las urnas el pasado domingo. Muchos de ellos no han sido del agrado de la cúpula masista, en especial de su jefe de campaña, responsable directo de más de una derrota en gobiernos locales y departamentales claves para el dominio del MAS. Los casos de los municipios de El Alto, Sucre y Potosí son los más emblemáticos, aunque no únicos. En éstos, el dedazo del jefazo fue lapidario, un gravísimo error al que les urge echar tierra.
Sería sin embargo un error atribuir esta nueva y feroz arremetida contra opositores y ex-aliados del “proceso de cambio”, únicamente a la desesperación poselectoral de la cúpula masista. Los juicios abiertos en contra de más de una decena de opositores y ex-aliados, las recientes detenciones de varios de ellos (incluidos traslados forzosos a La Paz) y la reactivación de su ejército de “guerreros digitales” (que andan presionando el bloqueo de cuentas en redes sociales) no obedecen apenas a un arrebato poselectoral.
¿O aun hay quienes insisten en creer que los abusos de poder y el autoritarismo del MAS comienzan y acaban en Evo Morales? ¿Será que todavía quedan algunos ilusos, dentro y fuera del MAS, que siguen pensando que Arce es diferente de su jefazo? ¿O que creen que tras este instrumento político hay un proyecto democrático que busca justicia social? No sé qué más tendrá que pasar en Bolivia para terminar de desnudar al verdadero MAS, hábil en la instrumentalización de la democracia para imponer su poder autoritario.
Hasta ahora, el MAS ha logrado avanzar gracias no solo a las habilidades políticas de sus dirigentes, sino también a la complicidad de quienes se turnan en el mando de todos los poderes del Estado (incluido el electoral, además de los ya archiconocidos por ese rol, sea el legislativo y el judicial) y de no pocos actores políticos de oposición, elites económicas e intelectuales, incluidas aquí las que destacan en las universidades y oenegés. Todas han contribuido, unas más que otras, a construir el relato mentiroso del “proceso de cambio”, en el que un punto central ha sido la idealización del mito del “presidente indio”.
Ha sido tan fuerte ese movimiento a favor del proyecto autoritario del MAS, que embargó voces de denuncias, año tras año, llegando a enterrar literalmente a varias de ellas bajo tierra, como se encargó de sentenciar públicamente uno de los llamados hombres fuertes de la cúpula masista. Nada ha sido hasta ahora suficiente para frenar este proyecto, nada, ni la revuelta ciudadana de octubre y noviembre de 2019, que obligó a Morales a admitir que hubo fraude electoral ese año, a ordenar la anulación de las elecciones generales, a destituir a los vocales corresponsables del ilícito y, por último, a renunciar y huir del país.
Por increíble que parezca, después de todo lo ocurrido entonces, volvimos a fojas cero. El MAS volvió a encaramarse en el poder central, gozando de las licencias concedidas por un connivente órgano electoral que ha seguido favoreciendo con los beneficios y reglas de la democracia a un instrumento y cúpula políticos abiertamente contrarios a la democracia. El MAS no va a cambiar, no importa si la cabeza es Morales o Arce o Choquehuanca. No importa, tampoco, si hay más o menos elecciones bajo el régimen hecho a la medida de los intereses de ese proyecto autoritario, que goza además de aliados internacionales.
¿Sabe qué es lo más angustiante? Que todo lo dicho aquí no es novedad. Como tampoco es sorprendente esta nueva arremetida del gobierno contra los opositores y ex aliados del MAS que han puesto en evidencia la falacia de su relato de golpe de estado, cuando lo que hubo en octubre de 2019 fue un fraude electoral. El MAS insistirá en su relato, tal vez con la intención de lograr lo que ya advirtieron algunos opositores: el retorno de Morales al trono que ocupa hoy Arce, aun a sabiendas que ya no son tiempos de bonanza.