Dr. Carlos J. Cuéllar (Cali), 30 de diciembre de 2020
La pandemia Covid-19 puso al descubierto muchas debilidades en el sistema de salud de Bolivia, pero también ha revelado su principal fortaleza: la calidad humana y profesional del personal de salud. A medida que la pandemia se instalaba y mientras una gran parte de la población estaba confinada en sus hogares, los profesionales de salud y personal de apoyo continuaron yendo a trabajar las 24 horas del día, todos los días.
Estos ángeles de blanco no solo se agotaron física y emocionalmente y pusieron en peligro sus propias vidas, sino también tuvieron que trabajar con insuficientes medicamentos, equipos médicos y equipos de protección personal. Por si fuera poco, lo hicieron en medio de una sociedad indiferente a su sacrificio, incumplida de las medidas preventivas e implacable ante los inevitables resultados adversos.
En medio de esas limitaciones, ellos absorbieron rápidamente la información científica disponible sobre una enfermedad desconocida, adquirieron nuevas habilidades e implementaron una respuesta heroica que permitió salvar vidas, aun a costa de las suyas. Los profesionales de la salud de Bolivia forjaron sobre la marcha una nueva forma de trabajo en la cual las barreras de la clínica y la salud pública se fueron borrando y la aspiración de un sistema de salud con cobertura universal se convirtió en una necesidad imperiosa. Sin embargo, nuestros héroes sin capa nunca se apartaron de la compasión frente al sufrimiento humano.
Se mantuvieron curiosos, deseosos de compartir lo aprendido, y practicaron malabarismos para abordar nuevos problemas y generar protocolos sobre la marcha. Expresaron su indignación cuando los sistemas fallaron a sus pacientes y se movilizaron para tapar las profundas grietas de un sistema fragmentado e inequitativo.
Es más, con lágrimas en los ojos, se prepararon para racionar las camas de terapia intensiva y enfrentar dilemas éticos que solo se viven en contiendas bélicas. No se requirieron incentivos financieros para impulsar sus esfuerzos; de hecho, muchos se lanzaron a trabajar en contra de sus propios intereses económicos. Si bien es posible que hayan ocurrido algunos comportamientos cuestionables, el profesionalismo mostrado ha sido predominantemente excelente y debemos reconocer que la dedicación de nuestros profesionales por sus pacientes es nuestro mayor recurso. Es, sin duda, nuestra mejor esperanza para mejorar la atención de salud en el país.
La inmensidad de ese recurso, revelado, pero no creado por la respuesta de Covid-19, también debería hacernos reconocer que está subutilizado, mal administrado, y poco valorado en tiempos normales. Por lo tanto, cuando volvamos a la tarea de mejorar nuestro sistema de salud, debemos preguntarnos cómo se puede aprovechar y apoyar de manera más efectiva a nuestros profesionales de la salud.
Al terminar este 2020, rindo mi homenaje a los hombres y mujeres que hicieron tanto con tan pocos recursos y durante tanto tiempo. Ellos dieron todo, algunos su vida, y cumplieron su vocación de servicio con innegable valor. Para mí, los profesionales de la salud son los personajes del año 2020. Muchas gracias y que Dios los bendiga.